LA MEMORIA EN LAS CELULAS - CAPITULO 8 (segunda parte)

La creación de CMRAproximadamente a los treinta años de edad, comenzó a desarrollarse mi interés por la investigación de la memoria celular y se profundizó ocho años más tarde, cuando murió Adriana, mi compañera y esposa con quien teníamos tres hijos, María, Magdalena y Santiago.Fue un vuelco inesperado en mi vida y en mi práctica profesional.Inmediatamente después de haberse desvanecido a causa de un aneurisma cerebral, Adriana entró en un coma profundo del que nunca despertaría. Ahí estaba yo, después del shock inicial, como adormecido y anestesiado ante la evidencia de lo que estaba pasando. Una voz interior me preguntaba una y otra vez: «¿Por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?»... Sobre mi cabeza sentía la presión creciente de una pesada corona de hierro que apretaba hasta hacerse insoportable. No podía llorar. Estaba como congelado, pero aún me las arreglaba para estar calmo.En la sala de terapia intensiva, me acompañaba Kelly, una amiga muy querida que era también una de mis alumnas. Se acercó y me dijo; bien, ahora vamos a hacer lo que nos has enseñado”. Inmediatamente supe de qué se trataba.Me entregué. Dejé de pensar y analizar, de pretender controlar, y empecé a aceptar que no sabía absolutamente nada. El permitirme sentir el dolor desencadenó en mí un proceso «fuera del tiempo». Unos pocos minutos que me parecieron una vida. Esa experiencia me condujo a través de distintos estados internos muy intensos, como la negación de lo que estaba sucediendo, rabia y sentimientos de abandono muy profundos, terror al futuro, y paradójicamente, también culpa, mucha culpa.Finalmente, Adriana se fue, dejándome como regalo las semillas del despertar a una nueva vida. El shock que produjo su pérdida disparó en mí el comienzo de un proceso interno que transformó radicalmente la percepción de mí mismo y de mi vida.Fue así como durante varios meses fui descubriendo nuevas dimensiones interiores a medida que me permitía sumergirme más y más en los sentimientos y en las sensaciones corporales. En un plano físico, era como si partes de mí comenzaran a abrirse para dejarme acceder a lugares cuya existencia ignoraba. Memorias de mi infancia que creía olvidadas reaparecieron nítidamente, especialmente heridas emocionales que edificaron mi sistema de creencias y la imagen de mí mismo. Y aun más alla de ello, vivencias de la vida intrauterina. Pude revivir la experiencia de sentir los sentimientos que había tenido mi madre cuando me llevaba en su vientre. Pensé sus pensamientos y sentí que sus sentimientos impregnaban todo mi ser. Supe también, sin lugar a dudas, que allí, dentro de su cuerpo, había empezado mi entrenamiento para llegar a ser el ser humano condicionado que llegué a ser de adulto.Pero esto no terminó allí. Como un viaje sin tiempo, vinieron a mí memorias anteriores al útero materno y sentí simplemente lo que di en llamar «dolor humano», capas y capas de energía compactada en mi ser a una presión enorme, antiguas memorias de generaciones y generaciones de mis ancestros.En la urdimbre de ese viaje fantástico todo era fuego y humo; memorias de emociones eran absorbidas en intensos torbellinos de energía donde se quemaban. Reconocí partes de mí que me causaban repulsión, lugares a los que no quería ir, y supe a la vez, con toda claridad, que eran exactamente esos los lugares a los que tenía que entrar y que por ahí estaba la salida. Dejarme llevar a través de esos lugares, finalmente abrió en mí el acceso a un lugar de total bienestar donde experimenté paz, libertad y amor inconmensurable. Pude reconocerme, saber quién o qué era en realidad. Antes de llegar a ese lugar interior había estado como adormecido, casi muerto.El proceso de atravesar esos espacios internos superpuestos fue como el abrirse de puertas interiores y una enseñanza profundamente trasformadora. Supe que eso que estaba experimentando era algo común a todos los seres humanos y que tarde o temprano, todos podemos abrir esas misteriosas puertas.Con el correr del tiempo, el proceso se fue profundizando y también se profundizó la aceptación de mí mismo. Me di cuenta de que, a pesar de haber estudiado y practicado por casi dos décadas, no conocía la función del dolor en la vida humana. En realidad no sabía nada acerca del dolor. Era tragicómico: ¡Toda una vida peleando contra algo que no conocía y que en realidad era lo que me iba a dar una nueva vida!Entrenado para aliviar o desterrar lo doloroso e incómodo, había combatido, resistido, rechazado, evitado y negado el dolor en otros y en mí mismo. Todo lo que había aprendido era que había que sacárselo de encima a toda costa: «Si hay dolor, hay error. Si hay dolor, hay un culpable. Si no encuentro al culpable afuera, la culpa es mía.» No se me había ocurrido permitir el dolor ni hacerme su amigo, no conocía esa milagrosa puerta. Y el estado de presencia es el que hace posible ese milagro, y lo hace penetrando la delgada frontera donde algo en nosotros se para a contemplar lo que pasa en el mundo que llamamos real.La muerte de mi compañera hizo que se desplegara ante mí el mapa de mi interior y me fuera impartida la enseñanza de cómo transitarlo. Casi sin darme cuenta, me fui acostumbrando a estar presente a lo que fuera que tuviera que suceder y a aceptar lo que se me presentaba. Supe que tenemos todo lo que necesitamos y que todo está potencialmente latente en nuestro ser, esperando ser reconocido. Me di cuenta de que mi mayor aliado es el cuerpo, y que hay una increíble y vasta inteligencia que lo impregna y que se activa cada vez que conscientemente tomo presencia en él.Durante los años de experimentación y práctica de medicina holística, aprendí a concebir al ser humano como una madeja de infoenergía o de información energética, parte indivisa de un campo electromagnético que se puede llegar a saturar con carga emocional negativa. Con el correr del tiempo, el almacenamiento recurrente de este tipo de carga produce estancamiento en el fluir de la energía vital, creando un fenómeno que podríamos describir como compactación en forma de capas superpuestas. (Emoción, del latín emovere, significa “movimiento”). Cuando una emoción es suprimida, estamos impidiendo el movimiento natural de la energía vital. La represión causa estancamiento y parálisis en algún lugar del campo energético y como resultado en los diferentes sistemas del organismo que se nutren de él. Las experiencias de dolor no procesadas sofocan y reducen la carga emocional positiva y esto conduce a una disfunción del sistema cuerpo-mente. Durante toda nuestra vida usamos una gran cantidad de fuerza vital para suprimir las emociones y mantener almacenada la carga emocional negativa. ¿Qué pasaría si dispusiéramos de toda esa energía que usamos para reprimir?. ¿Que sucedería si pudiéramos liberar esa carga estancada en nuestras células?Liberar la carga no es borrar la memoria del evento, sino liberar la fuerza de vida atrapada, para ser usada en el crecimiento y la autocuración.Unos años más tarde llegó a mis manos un libro del maestro espiritual hindú Khabir y sentí que sus palabras reflejaban mi experiencia: «Lo experimenté durante quince segundos y dediqué mi vida a su servicio».El trabajo con el cuerpo del dolorLuego de varios meses, cuando comencé a aplicar con mis consultantes lo que había aprendido de mí mismo, vi que funcionaba maravillosamente. A diario, en la consulta, se sucedían ante mí inesperados resultados de sanación y transformación nunca vistos.Trabajando y experimentando con ellos, observé que las capas de carga emocional negativa acumuladas y almacenadas en nosotros causan muchos desequilibrios en el cuerpo, en la mente y en el alma.También observé que, por otro lado, los seres humanos estamos diseñados de tal manera que podemos transformar muchísimo dolor y que acumularlo como lo hacemos normalmente representa algo así como una “aberración energética” que nos condena a vivir una vida muy limitada y condicionada que casi podría llamarse una vida infrahumana..Pude ver que debajo de esas capas superpuestas de energía compactada y contraída estaba alojada en cada uno de nosotros una fuente de poder vital extraordinaria, muy difícil de concebir para mi entendimiento lógico y racional. Allí se encontraba un estado de bienestar difícil de describir con palabras, aunque hoy podría decir que es una combinación de amor de sí muy profundo, libertad, paz interna y gozo de vida sin motivo alguno.¿Cómo era posible que cada uno de nosotros tuviera eso en su interior y no lo experimentáramos? ¿Cómo es posible que estemos buscándolo afuera cuando lo tenemos adentro?Inmediatamente recordé una parábola acerca de un miserable mendigo que a diario se sentaba en las calles extendiendo su mano hacia los transeúntes esperando recibir una moneda. ¡Él no sabía que la caja que el usaba como asiento estaba llena de oro!Este lugar tan poderoso que llamé centro de bienestar es algo que todos tenemos, los buenos y los malos, los sabios y los ignorantes, los espirituales y los agnósticos. Es la fuente de poder que hace que seamos lo que somos y que nuestros cuerpos estén vivos. Se ocupa de todas las funciones vitales, de movimiento, mentales y emocionales: de crecimiento, de auto-curación y de reproducción. Si estamos existimos, tenemos este centro de bienestar. Todo lo que existe, existe porque tiene esa fuente de poder que lo sustenta. En nosotros, los seres humanos, el centro de bienestar está sofocado por capas y capas de dolor que han sido creadas por contracciones energéticas y que nos separan del estado de bienestar. Es un estado de fragmentación interior, que resulta en un estado de ensueño que nos impide ver claramente lo que somos en realidad.Parafraseando a Jesucristo , «Es una paz que va más allá de toda comprensión».En antiguas corrientes espirituales se llamaba a este estado de ensueño, estado de inconciencia o ilusión y los hindúes lo llaman “Maya”. Cuando estamos sumergidos en él, nos creemos lo que no es real y no podemos ver lo que es falso. En algunas personas, el estado generado por la fuente de bienestar es más accesible, porque hay menos capas de energía compactadas. Ellas son más conscientes de su situación y pueden encontrar la manera de conectarse voluntariamente con ese estado de ser interno. Permitir las sensaciones y las emociones que aparecen en cada momento, observando lo que «es tal como es» abre los portales hacia ese lugar interior. Permitir y aceptar lo que nos sucede no significa que nos guste o que estemos de acuerdo con ello. Aliarnos a lo “que es”, por otro lado estimula el estar presente a nuestra vida. Ese estado de ser trasciende lo que está sucediendo en el momento y es lo que nos conecta con la matriz que sustenta todo lo existente. Cuando estamos reaccionando ante lo que nos pasa y resistiéndolo no estamos presentes. Estamos filtrándolo todo a través de la imagen artificial que tenemos de la vida y de cómo deberían de ser las cosas según se nos ha contado. Pero, en cambio, cuando estamos presentes, nos aliamos a la vida, y cuando esto sucede, toda la creación se vuelve amiga nuestra.eSeries GRATUITAS en SANACION EMOCIONAL.No se las pierdan, son de gran valor para uds y para sus seres queridos.Un abrazo,Luis Diaz
Enviadme un correo electrónico cuando las personas hayan dejado sus comentarios –

¡Tienes que ser miembro de E.A.C. para agregar comentarios!

Join E.A.C.

Temas del blog por etiquetas

  • Y (57)

Archivos mensuales


contador visitas gratis