La diosa. Autor Joseph Campbell

El origen: la diosa madre paleolíticaHace mucho tiempo, 20.000 años o más, apareció la imagen de la diosasobre un amplio territorio, extendiéndose desde los Pirineos al lagoBaikal de Siberia. Estatuas de piedra, hueso y marfil, diminutasfiguras de cuerpos largos y pechos caídos, redondeadas imágenesmaternales cuyas formas abultadas anticipaban el nacimiento, efi giescon signos arañados en ellas —líneas, triángulos, zigzags, círculos,redes, hojas, espirales, agujeros—, elegantes formas que surgían de laroca, pintadas de ocre rojo, todo ello ha sobrevivido a través de lasignotas generaciones de seres humanos que compusieron la historia dela humanidad. ¿En qué momento de la historia del hombre aparecieronestas imágenes sagradas?El fuego se descubrió hace alrededor de 600.000 años. ¿Qué pasó en losaños, aproximadamente medio millón, transcurridos entre este tiempo yel comienzo del Paleolítico superior, hacia el año 50.000 a. C.? ¿Quésueños se soñaron, qué historias se contaron en torno al fuego? Cuatrograndes eras glaciales, cada una de ellas de miles de años, vinieron yse fueron. Con el deshielo de los glaciares que habían cubierto lapráctica totalidad de Europa y Asia —entre los años 50.000 y 30.000 a.C. (aunque no desaparecieron finalmente hasta cerca del 10.000 a. C.)—emergió un tipo humano con el que podemos sentir afinidad: el Homosapiens. Pocos animales pudieron vivir con anterioridad en la tierracongelada, a excepción del mamut y el rinoceronte lanudos y del reno;mas ahora comenzó a brotar la estepa que, cubierta de hierba, mantuvoa grandes manadas de bisontes, caballos y ganado.Más tarde —entre los años 20.000 y 15.000 a. C.— las tierras verdesdieron paso a espesos bosques, por lo que las manadas emigraron haciael este, seguidas por los cazadores. Algunas tribus quedaron atrás,como las del sudoeste de Francia, haciendo de las cuevas sus casas, enlos fértiles valles del Dordoña, el Vézère, y el Ariège. Por aquelentonces se pintaron las paredes de las cuevas y se tallaron estatuasde diosas.Se han descubierto más de 130 de estas esculturas, apoyadas sobrerocas y sobre tierra, entre los huesos y herramientas de estos pueblosdel Paleolítico. Otras aparecieron cuando se realizó una observaciónmás minuciosa, cinceladas sobre los salientes y terrazas de piedrasobre las cuevas donde muchas de estas personas vivían. Las estatuassiempre representan figuras desnudas; son generalmente pequeñas y confrecuencia gestantes. Algunas semejan mujeres ordinarias, pero lamayoría tienen la apariencia de madres, como si cuanto fuera femeninoen ellas se hubiese concentrado en el misterio abrumador delnacimiento.Muchas figuras han sido salpicadas de ocre rojo, el color de la sangreque proporciona la vida, y con frecuencia su base se va estrechandohasta formar una punta carente de pies, como si en alguna ocasiónhubieran permanecido clavadas en el suelo con intención ritual. Lastribus que vivieron dentro de las cuevas, pintando las oscuras paredesinteriores con los rojos chillones, ocres y marrones de los animalessalvajes, colocarían las estatuas en el exterior de sus moradas, en laentrada de sus habitáculos o de su santuario.Sobre un refugio rocoso en Laussel, en la Dordoña —sólo a unos pocoskilómetros de distancia de la gran cueva de Lascaux, donde aún cubrensus paredes las más brillantes de estas pinturas—, una estatuafemenina de 43 cm de altura contemplóalguna vez el valle (figura 1). Los escultores del Paleolítico lacincelaron en piedra caliza con utensilios de sílex y colocaron en sumano derecha un cuerno de bisonte en forma de luna creciente conmuescas de los trece días de la fase creciente dela luna y de los trece meses del año lunar. Con su mano izquierdaapunta hacia su vientre grávido. Su cabeza se inclina hacia la lunacreciente, dibujando una curva que conecta la fase creciente de laluna con la fecundidad del útero humano, y quepasa por sus dedos, posados sobre su vientre, para ascender, a travésdel ángulo que forma su cabeza, hasta el cuerno creciente de su mano.De esta manera se reconocen las pautas de relación que vinculan elorden celeste y terrestre.Joseph Campbell establece la conexión entre el pasado y el presente:“Las fases de la luna eran las mismas para el hombre del Paleolíticoque hoy para nosotros; también eran idénticos los procesos propios delútero. Podría ser, pues, que la observación inicial que condujo alnacimiento, en la mente del hombre,de la mitología de un misterio que informa de los asuntos terrestres ycelestiales, fuese el reconocimiento de una armonía entre estos dosórdenes articulados a partir del factor del tiempo: el orden celestede la luna creciente, y el terrestre delútero.”1A 161 km hacia el sur, en las laderas de los Pirineos, en un lugarllamado Lespugue, reposó desde milenios en una zanja cubierta de barrola delicada escultura que muestra la figura 2. De sólo 14 cm dealtura, fue esculpida en el marfil de un mamut. No tiene manos ni piesy sus piernas se afilan hasta formar una punta; parece, pues, queestuvo clavada en la tierra, o que se fijó sobre una base de madera,para que pudiese permanecer erguida, donde pudiera ser vista. La partesuperior de su pecho se aplana para formar una curva, que se elevahacia unacabeza casi serpentina que se inclina hacia delante, de modo que sufrágil cuerpo subraya su capacidad para dar a luz y proporcionaralimento.Sus brazos descansan sobre sus pechos, que penden, alargados, y que sefunden con su vientre pleno y redondeado; sus nalgas y muslos estándesproporcionadamente abultados, como si contribuyesen también al actode dar a luz. Sus pechos y nalgas dan la sensación de ser cuatrohuevos que transporta enel nido de su cuerpo gestante. Diez líneas verticales han sidotrazadas desde debajo de sus glúteos hasta la parte trasera de susrodillas, dando la impresión de ser las aguas del parto que caenprofusamente de la matriz, como la lluvia. Las diez líneas sugierenlos diez meses lunares de la gestación en el útero.¿En qué nos basamos para defender que estas esculturas de mujer son dediosas, y no simplemente bellezas de la tribu local, o las jóvenes dela cueva de al lado? En primer lugar, no parece que los artífi ces delas estatuas tuviesen la intención derefl ejar fi elmente la naturaleza, a no ser que asumamos que losartistas paleolíticos carecían del sentido de la proporción para lashembras humanas, mientras que poseían un exquisito talento para la delos animales. Si para describirlas se utiliza esa expresión cautelosa,“Escultura de una mujer”, que se encuentra habitualmente en las placasde los museos, se pasa por altoel simbolismo que supone el estructurar todas las partes del cuerpo deuna manera tan coherente y consistente. Dado que la totalidad delcuerpo se concentra en el drama del nacimiento, lo que relatan éstas ymuchas otras fi guras es la historia decómo se origina la vida.La figura femenina es la única evidencia que poseemos en cada caso.Podemos interpretar que representa a una mujer particular, o a todaslas mujeres en general; o bien a una mujer a cuyas característicasespecíficas se ha dotado de sentido ritual, convirtiéndolas en unmedio que trasluce algo que supera lo que cualquier mujer particulares o hace. No se ha encontrado ninguna figura masculina similar. ¿Porqué se otorgaría una dimensión ritual, entonces, a la figura de unamujer, o más precisamente, a la fi gura de una mujer dando a luz? Alllegar a este punto abandonamos la evidencia y comenzamos lainterpretación.El misterio del cuerpo femenino es el misterio del nacimiento, que estambién el misterio de lo no manifiesto convirtiéndose en manifiestoen la totalidad de la naturaleza. Esto trasciende con creces el cuerpofemenino y la mujer como soportede esta imagen, pues el cuerpo de la hembra de cualquier especie nosconduce, a través del misterio del nacimiento, al misterio de la vidamisma.Si admitimos el significado religioso de estas figuras, no podemossimplemente etiquetarlas como “ídolos de fertilidad”: la palabra“ídolo” trivializa invariablemente el carácter numinoso de laexperiencia religiosa, en tanto que sólo se utiliza para designar lasformas de culto de otros pueblos, y la palabra “fertilidad” pasa poralto también, de forma llamativa, el hecho de que muchas personas denuestro tiempo rezan a la virgen María para que les conceda hijos. Demodo similar, denominarlas“estatuillas de Venus” —como ocurre en las expresiones Venus deLaussel o Venus de Lespugue, que son los nombres que se les suele dar—es reducir la universalidad de un primer principio —la madre— alnombre de la diosa romana del amor, que era por entonces sólo unadiosa entre otras muchas, todas ellassuplantadas tiempo atrás por el dios padre en tanto que soberano, sino creador, del mundo. De modo que, para intentar devolver a lasfiguras del Paleolítico su propia dignidad original, preferimosdesignar esas imágenes sagradas de los poderes del universo que danvida, alimentan y regeneran con el nombrede “diosa madre”, o simplemente “diosa”.No vamos a intentar definir lo “sagrado”y lo “numinoso”, ya que sontérminos que apuntan a una realidad última que es única para cadapersona, cuyo significado compartido atraviesa, sin embargo, losmilenios para cambiar imperceptiblementeen cada era. Lo importante es que en todas las culturas, ya sea suorganización simple o compleja, hallamos una experiencia dedimensiones sagradas. Esto sugiere que lo sagrado no es una etapa enla historia de la consciencia, sino un elemento de la estructura de laconsciencia que pertenece a todos los pueblosde todas las épocas. Es, pues, parte del carácter de la raza humana,quizá la parte esencial. Por eso es crucialmente necesario para lacomprensión de ese otro aspecto del ser humano que consiste en habernacido en un momento particular, dentro de una familia específica,incluida en un determinado grupo tribal. Si aceptamos que las imágenesde otras culturas tienen argumentos igualmente válidos para acceder ala dimensión de lo sagrado, es menos probable que pasemos por alto lassimilitudes entre nuestras propias imágenes numinosas y las de losdemás.La escultura más antigua de una diosa —c. 22.000 a. C.— es la queparece más moderna; de ella sólo se ha conservado una pequeña cabeza(figura 3). Esculpida en marfil de mamut, mide sólo 3,65 cm de altura,y sus facciones son finas y delicadas: un cuello largo enmarcado porcabellos lisos, cejas y nariz muy pronunciadas, y el diseño de una redcincelada de forma precisa sobre la totalidad de su larga cabellera.Proviene de Brassempouy, en la región francesa de Las Landas.La diosa como lunaCuando tratamos de hacernos una idea de cómo vivían y pensaban loshombres del Paleolítico, imaginándonos a nosotros mismos en las bocasde sus cuevas, contemplando el exterior, ¿no vemos acaso como elfenómeno más misterioso la luna… y las caras de la luna, queconstantemente cambian de un modoque siempre es constante? Los dos términos, el fijo y el variable,proporcionan la primera noción de secuencia, medida y tiempo. Estesignifi cado de la luna aún se esconde en nuestro lenguaje: el griegomene significa “luna”, el latín mensis “mes”,y mensura, con la misma raíz, significa “medida”, de donde proviene elnombre del ciclo menstrual; pues los cambios de la luna hicieronposible el medir por vez primera períodos de tiempo que superasen eldía (que podía calcularse por el sol).Pero esto es lenguaje laico, no el lenguaje sagrado y simbólico delmito. Pues podríamos imaginar que, para estas gentes primitivas de lahistoria de la humanidad, la luna, al igual que la totalidad de lanaturaleza, se experimentaba como la diosa madre, de manera que lasfases lunares pasaron a ser las fasesde la vida de la madre. La luna creciente era la joven, la doncella;la luna llena, la mujer encinta, la madre; la luna nueva, la ancianasabia, cuya luz estaba oculta en su interior.Existía una trinidad de diosas que se halló en la cueva de Abri de Rocaux Sorciers, en Angles-sur-l´Anglin, fechada entre los años 13.000 y11.000 a. C. Tres enormes diosas se esculpieron en la roca de lacueva, resaltándose de forma definitiva su capacidad para dar a luz ydesapareciendo de la vista sus cabezas y la parte superior de suscuerpos. Las tres figuras se hallan de pie sobre un bisonte,recordándonos a la diosa de Laussel, que sujetaba el cuerno de bisontecomo imagen de la luna creciente; su figura se esculpió cerca de10.000 años antes.¿Son éstas las diosas de las tres fases visibles de la luna que enépocas posteriores asumieron nombres y papeles diferentes?Laurens van der Post considera al bosquimano africano una de las razasmás antiguas de la tierra. Él nos cuenta la historia de cómo, cuandoiba viajando junto a ellos, de noche y con una larga jornada pordelante, se asombró al ver que todo el mundo estaba bailando y nadiese iba a dormir. Cuando les preguntó la causa de tal proceder, lereplicaron que bailarían toda la noche porque la luna comenzaba amenguar: “Debemos demostrarle cuánto la queremos, o no regresará”, ledijeron.2Hay cuentos sobre la luna por todo el mundo, y en muchos de ellos suritmo cíclico representa un patrón que se siente como parte de la vidahumana también; un sentimiento que se plasmó en la escultura de ladiosa de Laussel. En las fases rítmicas de luz y oscuridad, las tribusdel Paleolítico debieron de percibir un patrón de crecimiento ydecadencia siempre renovado, y ello les proporcionaría confianza en lavida. En la fase creciente de la luna, sentirían crecer la vida yexperimentaríanel crecimiento de sus propias vidas; es posible que con luna llena semaravillasen del incremento de la vida que se desborda para dar lugara nueva vida; en la fase menguante lunar, se lamentarían por laretirada de la vida, la marcha de la diosa; y en la oscuridad de laluna nueva, debieron de haber deseado ardientemente el retorno de ladiosa y de su luz. Comenzarían a confiar en la reaparición de la lunacreciente con el paso del tiempo y, por lo tanto, a reconocer laoscuridad como el tiempo de espera previo a la reaparición de la nuevavida. Mediante la experiencia de la muerte sintieron quizás que eranacogidos de nuevo en el oscuro vientre de la madre, y posiblementecreían que volverían a nacer, como la luna.Esta experiencia permitió que en ellos brotase la capacidad depercibir la vida a través de imágenes. La oscuridad no era antagonistade la luz, ni tampoco lo era la muerte de la vida; era un aspecto delser de la diosa madre. Cuanto existía, ellos mismos incluidos, era unaexpresión de la diosa. Todo, por lo tanto, constituía una imagen queconfirmaba la relación que les unía a ella. De esta capacidad paraexperimentar la vida a través de imágenes surgió la creatividadinagotable de la humanidad. El mito fue la expresión de estaexperiencia primordial.El espléndido libro de Alexander Marshack, The Roots of Civilization,muestra cómo los pobladores paleolíticos utilizaban un sistema denotación lunar ya desde el año 40.000 a. C. Esto nos permitepercibirlos como más cercanos a nosotros, y nos impulsa a valorar suinteligencia y sus habilidades más de lo que hemos hecho hasta ahora.En 1963, Marshack examinaba un libro que versaba sobre los logrostecnológicos gracias a los cuales los seres humanos pudieron viajar ala luna en unanave espacial; sin embargo, sus estudios le dejaron con la sensaciónde que algo faltaba en el informe arqueológico. Le dio la impresión deque la humanidad no podía haber inventado “de pronto” la escritura,las matemáticas, la astronomía.¿Qué fue lo que ocurrió antes de la Edad del Bronce que facilitó lasbases para esos descubrimientos “repentinos”? Sus pesquisas lellevaron hasta una pieza de hueso de Ishango, cerca de las fuentes delNilo. Examinándola atentamente, intuyó que las líneas grabadas en ellapodían ser notaciones lunares. Lo que sigue es tan fabuloso como lahistoria de cualquier gran descubrimiento. Las notaciones lunares queencontró en hueso, piedra, cornamenta y fi guras de diosas, debiero—pensó— establecer las bases del descubrimiento de la agricultura, elcalendario, la astronomía, las matemáticas y la escritura. En talcaso, todos estos logros se habrían desarrollado a lo largo deinmensos periodos de tiempo y no “de pronto”, como habíamos asumido.Parece ser que en un tiempo tan lejano como el año 30.000 a. C., elcazador de la era glacial de Europa occidental utilizaba ya un sistemade notación evolucionado, complejo y sofisticado, una tradición queparece haber tenido entonces miles deaños. Parece que también lo utilizaban otros tipos de hombresmodernos, como el hombre de Combe Capelle, de la cultura Gravetienseoriental checoslovaca y rusa, así como otros pueblos y subculturas enItalia y en España… La tradición parecehaberse extendido tanto que nos asalta la pregunta de si podríaremontarse al período del hombre de Neandertal… Estos hechos son tannuevos e importantes… Suscitan profundas preguntas acerca de lainteligencia evolucionada y las habilidades cognitivas de la especiehumana. 3Es posible que se desarrollase una habilidad para pensar de modoabstracto a partir del discernimiento de cuatro fases lunares, en vezde tres. A las tres fases visibles —la creciente, la llena y lamenguante— se le añadió la cuarta fase, los tres días de oscuridad,cuando la luna no puede ser vista, sino sólo imaginada.La cuarta fase invisible debió de comprenderse como la dimensióninvisible en la que la nueva vida se gesta, y desde la que la lunapasada renace como luna nueva. Cuando la fase de oscuridad lunar seincluye como parte esencial del ciclo continuo de la luz, se hacenecesaria la capacidad de mantener en la mente una imagen de lo que noes, de hecho, visible. Meandros y espirales constituyen la evidenciade un pensamiento abstracto, y más tarde, en la cerámica delNeolítico, las imágenes de una cruz de cuatro brazos representan lascuatro fases de la luna.Cuanto observaban los pueblos del Paleolítico era definido por unritmo estacional. Si miraban al cielo, veían las aves emigrar yretornar, entre ellas la grulla, el ganso, la garza y el cisne. Veíanal salmón remontar la corriente en los grandes ríos enmomentos determinados del año. Contemplaban las secuencias del brotar,florecer y dar fruto de los muchos y diferentes tipos de árboles, asícomo la caída de la hoja. Veían la gestación y el nacimiento, elcrecimiento y la muerte de toda clase deanimales en un ritmo previsible. Sus propias vidas seguían los mismosmodelos rítmicos, como una estación sucede a otra. En verano seguían alos animales y sus vidas se centraban en la caza. En invierno, cuandolos días eran más cortos y los fríos árticos dificultaban la caza, lavida se concentraba en torno a las cuevas, donde iban perfeccionandoel arte de hacer herramientas.Había, pues, una estación para construir herramientas y otra parahacer uso de ellas; una para transformar pieles en ropa y mantas, yotra para matar a los animales que suministraban dichas pieles. Enverano debían disfrutar del calor, másintenso, y de la expansión de la vida. En invierno, alrededor delfuego, probablemente se contaban las historias que nos han llegado enforma de mitos, leyendas y cuentos de hadas. Sus rituales estabansintonizados con las estaciones y aseguraban la fertilidad de losanimales, el éxito de la caza y la supervivenciaal frío terrible del invierno. Las habilidades que desarrollaronobservando las fases de la luna y el movimiento circular de lasestrellas, las historias que contaban para acompañar estos rituales,todo ello expresa el instinto específicamente humanopara establecer analogías entre los diferentes órdenes y dimensionesde la vida. Esta capacidad de pensamiento analógico debió de ser loque les permitió percibir la relación entre el orden celeste,simbolizado por la luna, y el orden terrestre queveían a su alrededor.La luna era indudablemente la imagen central de lo sagrado para estospueblos primitivos; su ritmo dual, constante y cambiante, les proveyóde un punto de orientación desde el que medir diferencias, concebirpatrones y establecer asociaciones. Su perpetuo regresar a los propiosorígenes los impulsó a recomponer lo que en apariencia se había hechopedazos. En todas las mitologías hasta la Edad del Hierro (c. 1250 a.C.) se percibía la luna, gran luz brillando en la oscuridad de lanoche, como una de las imágenes supremas de la diosa, el poderunificador de la madre de todo. Ella era la medida de los ciclostemporales y de las conexiones e influencias celestes y terrestres.Gobernaba la fecundidad de la mujer, las aguas del mar y todas lasfases de crecimiento y decrecimiento. Las estaciones se sucedían ensecuencias, al igual que las fases de la luna. Constituía una imagenperdurable tanto de la regeneración en el tiempo como en la totalidadatemporal: lo que se perdía aparentemente con la luna menguante, serestablecía con la creciente. La dualidad, imaginada como la lunacreciente y menguante, era contenida y trascendida en su totalidad. Deforma análoga, por lo tanto, la vida y la muerte no tenían por qué serpercibidas como opuestos, sino que podían ser consideradas fases quese suceden la una a la otra en un ritmo sin fin.No resulta sorprendente, pues, que la mitología lunar precediese a lasolar en muchas, si no en todas, partes del mundo. En los fragmentosde hueso que han llegado hasta nosotros, las notaciones lunares tienenformas sinuosas; esto nos ayuda a comprender la antigua conexión entrela luna y la serpiente(figura 4). La luna moría y regresaba a la vida de nuevo; la serpientemudaba la piel, pero permanecía viva. Posiblemente, la serpiente sehabía convertido ya en lo que siempre iba a ser para épocasposteriores: en una imagen de renacimiento y detransformación.Traducción de Susana PottecherI Texto completo citado por Joseph Campbell, The Way of theAnimal Powers, P. 269.
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