refelexión (1)

" Lo que me pasa..." Por Eduardo Galeano





Para los mayores de 40 y para los menores también… porque es verdad todo lo que dice este artículo, aunque los más jóvenes no lo puedan creer..
Yo tengo 38 , me identifiqué tanto ! que lo quice compartir y dejarlo dentro de mi blog. Aún sigo guardando y cuidado las cosas y ustedes que me cuentan?


Buena semana a todos!
Besos y abrazos de sol

vi.











Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre
agregarle una función o achicarlo un poco.

No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la
cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los
preparábamos para que los volvieran a ensuciar.

Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se
encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales.

¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si, ya lo sé. A
nuestra generación siempre le costó tirar. ¡Ni los desechos nos
resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando
los mocos en el bolsillo y las grasas en los repasadores.

¡¡¡Nooo!!! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún
momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra.
Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que
pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el
celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las
navidades.

¡Guardo los vasos desechables!

¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!

¡Apilo como un viejo ridículo las bandejitas de espuma plástica de los pollos!

¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!

¡Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida!

¡Es más!

¡Se compraban para la vida de los que venían después!

La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, fiambreras de tejido y hasta palanganas de loza.

Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más
cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos
cambiado de heladera tres veces.

¡¡Nos están fastidiando! ! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se
oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que
cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.

¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de las Nike?

¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando sommiers casa por casa?

¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?

¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?

Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más basura.

El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.

El que tenga menos de 40 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el basurero!!

¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de... años!

Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los
patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)

No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las
ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la
Fiesta de San Juan.

Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban. De 'por ahí' vengo yo. Y no
es que haya sido mejor. Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo
educaron con el 'guarde y guarde que alguna vez puede servir para
algo', pasarse al 'compre y tire que ya se viene el modelo nuevo'.

Mi cabeza no resiste tanto.

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de
celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la
dirección electrónica y hasta la dirección real.

Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma
casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me
educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no.
Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a
todo.

Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de
guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de
nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de
infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren
que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos
meses de comprarlo?

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma
facilidad con la que se consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los
repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto
para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos.. . ¡¡Cómo
guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡¡Guardábamos las chapitas de
los refrescos!! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner
delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a
una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las
clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en
una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de
la escuela. ¡Tooodo guardábamos!

¡¡¡Las cosas que usábamos!!!: mantillas de faroles, ruleros, ondulines y agujas de
primus. Y las cosas que nunca usaríamos. Botones que perdían a sus
camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se iban amontonando en el
tercer y en el cuarto cajón. Partes de lapiceras que algún día podíamos
volver a precisar. Tubitos de plástico sin la tinta, tubitos de tinta
sin el plástico, capuchones sin la lapicera, lapiceras sin el capuchón.
Encendedores sin gas o encendedores que perdían el resorte. Resortes
que perdían a su encendedor.

Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo,
inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las
Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por
todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de
las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata
viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica
pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si
había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos
resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que
algo viviera menos que un jazmín.

Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡¡Los diarios!!! Servían para todo: para
hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días
de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡¡¡Las veces que
nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de
carne!!!

Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas
del almanaque para hacer cuadros y los cuentagotas de los remedios por
si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados
porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que
estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los
primeros álbumes de fotos. Y las cajas de cigarros Richmond se volvían
cinturones y posa-mates y los frasquitos de las inyecciones con tapitas
de goma se amontonaban vaya a saber con qué intención, y los mazos de
naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano
en una sota de espada que decía 'éste es un 4 de bastos'.

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de palillos de ropa y el
ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que
esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en un palillo.

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de
nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden
'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de
no declarar muerto a nada: ¡¡¡ni a Walt Disney!!!

Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos
dijeron: 'Cómase el helado y después tire la copita', nosotros dijimos
que sí, pero, ¡¡¡minga que la íbamos a tirar!!! Las pusimos a vivir en
el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de
duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas
de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras
se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en
ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos
esperaron encontrarse con una botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que
preservábamos. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!! Me muero por decir que
hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el
matrimonio y hasta la amistad son descartables.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo
para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria
colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No
voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto
caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los
ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus
funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a
las personas que les falta alguna función se les discrimina o que
valoran más a los lindos, con brillo y glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si
mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la
'bruja' como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna
función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la
reposición y corro el riesgo de que la 'bruja' me gane de mano y sea yo
el entregado.

Hasta aquí Eduardo Galeano



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