Esta increíble cinta, dirigida en 2013 por Spyke Jonze (Adaptation) y protagonizada por Joaquin Phoenix y Scarlett Johanson , nos muestra una sociedad futurista, donde proliferan las relaciones afectivas entre humanos y sistemas operativos.

El protagonista, ha sufrido un divorcio y un día decide comprarse un sistema operativo, con el que poco poco, va iniciando una relación. Magistralmente resuelto en la pantalla este aspecto, por cierto.

El argumento es magnífico (oscar al mejor guión original). Theodore, el protagonista trabaja en una empresa cuyo producto es la contratación de la redacción de cartas de corte íntimo para otras personas. Por lo que podemos ver como la sociedad evoluciona también dando soporte a aquello que mejore nuestra vida afectiva.

Mi propuesta para este artículo no es esa evolución tecnológica, aunque tentadora también.

En este caso, me interesa haceros partícipes de cómo ese sistema operativo, crece exponencialmente con el aprendizaje que va obteniendo de todo tipo de información, incluido por supuesto el emocional, y nuestro protagonista, obtiene también de esta manera más conocimiento sobre su forma de amar.

Las palabras del OS (operating system), a través de la voz de Scarlet Johanson están llenas de claridad:

“Estamos en una relación. Pero el corazón no es como una caja que se llena. Crece en tamaño mientras más amas. Soy diferente de ti. Esto no me hace amarte menos, al contrario me hace amarte aún más.”

Siguiendo esta premisa, podemos pensar que este nivel de amor que ofrece el OS es fruto del conocimiento adquirido, de forma que sus palabras se convierten en lo más parecido al amor incondicional.

Aunque esto también ocurre con personas de carne y hueso. Personajes reconocidos por la sociedad que han priorizado sus metas para dedicarlas al servicio de los demás , o incluso personas anónimas que han experimentado una progresión en su forma de amar y de percibir el mundo.

Los dramas en las relaciones que se desatan, a cada minuto, son un reflejo de nuestros miedos y, en última instancia, de una lucha equivocada, porque aquí no hay vencedores. El objetivo debería ser el crecimiento. Y desde mi punto de vista eso es lo más preciado de una relación, el crecimiento compartido, individual y del vínculo.

Merece la pena, poner el foco hacia otras formas de comportamiento en las relaciones, y aprender de ellas.

Michael Brown, en su libro “el proceso de la presencia”, desgrana la estructura del comportamiento reactivo:

1.- disgustarse o enfadarse:

la palabra reacción es por definición visual, la repetición de una acción concreta. Lo que hacemos es evocar un patrón de comportamiento habitual y predecible, que sale a la luz en cada ocasión en que tiene lugar una situación desencadenante similar en nuestra experiencia. Está muy relacionado con los patrones de comportamiento aprendidos, en nuestro desarrollo como individuos.

Revisar este enlace

http://tuprimerpaso.wordpress.com/2013/11/28/patrones-de-conducta/

2.- cada vez que se nos pone a prueba de esta manera, recurrimos a un tipo muy específico de drama, con un mismo objetivo: culpabilizar.

Es el drama que utilizamos para atribuir la responsabilidad de lo que nos ha sucedido a cualquier persona o cosa. Se trata de evitar la responsabilidad de la calidad de nuestras experiencias.

Es el acto de acusar al espejo del reflejo que nos ofrece.

Estos sucesos a los que respondemos de la misma manera, no nos hace crecer ya que siempre esperamos conseguir el mismo resultado: querer llevar razón, afirmarnos en nuestra personalidad, identificarnos erróneamente con nuestro ego, ocultar nuestros miedos, protegernos, salir victoriosos, etc. Todo, por supuesto, construido sobre un erróneo armazón lógico y racional que nos lleva situarnos en el mismo punto de partida.

No ofrecemos un comportamiento distinto, aunque los resultados sigan siendo los mismos. No salimos de nuestra zona de confort. No cambiamos. En definitiva, no crecemos. Se parece más a un esquema de supervivencia que a uno de crecimiento.

3.- el sentimiento de culpa, el remordimiento la vergüenza.

Ya que nos desautorizamos a nosotros mismos, al declararnos esclavos de unas circunstancias que están más allá de nuestro control.

El esquema práctico que podemos utilizar para ofrecer un comportamiento distinto puede ser este:

1.- despedir al mensajero.

Reconocer que la persona o el acontecimiento que nos pone a prueba no tiene nada que ver con lo que está ocurriendo en realidad: es simplemente, el mensajero, que está reflejando un recuerdo que está saliendo a la superficie, desde nuestro pasado no integrado.

Es decir no entrar en el drama, en la reacción.no reaccionar contra el mensajero y desahogarnos con él. Darnos unos minutos, antes de ofrecer una respuesta y no una reacción.

Esto requiere gran coraje y autocontrol, porque exige que rompamos un hábito de toda la vida que nos lleva a introducirnos en nuestro drama.

2.- captar el mensaje.

No recurrir a nuestro predecible e inconsciente drama físico, mental o emocional para pasar a captar el mensaje.

Poner la atención en nuestro interior, intentando describir la naturaleza de la reacción emocional que experimentamos cuando se nos puso a prueba.

Expresamos, “estoy enfadado”, “estoy triste”, “me siento herido”, “me siento solo”, “me siento abandonado”.

Buscamos hasta encontrar la palabra que resuena físicamente con nuestra reacción emocional. Se trata de esa encontrar esa palabra que describa por lo que estamos pasando.

3.- sentirlo.

Se trata de interiorizar la experiencia. Sentirla. Es decir en vez de proyectar las emociones hacia el exterior. Las contenemos. No se trata de reprimirlas. Es una decisión para interiorizar la prueba de que lo que nos hace enfadarnos y reaccionar, está en nuestro interior y que podamos aprender de ella.

Ya que lo que antes pensábamos que estaba ocurriendo ahí fuera, en realidad lo estamos sintiendo dentro de nuestro cuerpo, lo podemos sentir físicamente.

Lo que los mensajeros hacen es llamar la atención sobre el hecho de que tenemos un bloqueo emocional interno que nos resistimos a atravesar.

Y esto se vuelve a producir en nuestras vidas, como un bucle, ya que no hemos optado por otro comportamiento ante lo que nos perturba (porque probablemente validamos nuestra reacción, una y otra vez, como correcta, aún a pesar de que siempre conseguimos los mismos resultados).

4.- dejar pasar.

La compasión, entendida como tú puedes venir hacia mi y yo te dejaré pasar sin interferencias, ni juicios.

La reacción emocional que ha desencadenado el mensajero, es un eco del pasado ( en caso contrario no nos afectaría, sería algo neutro). ¿os paráis a pensar por qué un mismo acto les afecta a unas personas y en otras no causa esa reacción?. Ahí está la clave de lo que aún no hemos resuelto en nuestras vidas, de lo que no hemos integrado.

La compasión que hacemos referencia arriba está al alcance de todos, es también una cualidad humana. Aunque parece que entra en conflicto con la forma que tenemos de resolver nuestro sufrimiento. Porque no estamos preparados. No hemos sido educados así. Lo heredamos de generación en generación, salvo contadas excepciones, como las personas que hacíamos referencia más arriba.

Está relacionado con nuestro yo infantil, que es de donde nacen los miedos que, aún no hemos podido hacer frente.

Un ejemplo, sería dirigirnos a nuestro niño, y decirle: “puedes venir a mí, y yo te amaré incondicionalmente hasta que pase lo que te asusta, lo que te enfurece o lo que te pone triste”, y ser sinceros en esta interacción.

Esto confirma que la calidad de lo que experimentamos fuera de nosotros es un reflejo de nuestras afecciones emocionales internas, que los desequilibrios de un adulto son las desatenciones de un niño, que las lágrimas desintoxican el alma, y que la compasión es la llave que abre las puertas de nuestro corazón.

Un abrazo.

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