BARYSHNIKOV, LA ERA DE LA MADUREZ

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Baryshnikov, la era de la madurez

Rafael Mathus

(LN)

Un silencio frío, de sepulcro, envuelve la sala principal del Baryshnikov Arts Center (BAC), ubicado en una de las zonas más calientes del corazón de Manhattan. Afuera, las calles del barrio conocido como Hell´s Kitchen hierven con el sol de verano. Allí conviven teatros con restaurantes de todos los colores, típicos edificios neoyorquinos -con sus escaleras para incendios- con galpones de siluetas industriales, y artistas con alguno que otro maleante ofreciendo al paso carteras Louis Vuitton o relojes Rolex

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Sobra el ruido en Hell´s Kitchen, lugar donde todos parecen hablar a los gritos. Pero aquí, en el silencio frío del BAC, lo único que se oye es la voz de Mikhail Baryshnikov. Y es en la tranquilidad de este templo, que él levantó en 2005 para rendir culto a las artes, donde la camaleónica estrella letona pasa la mayor parte de sus días. Allí puede darse un lujo: observar el arte en su forma más cruda. "Es una zona de recreación increíble, incluso para viejos como yo. Soy un poco una especie de voyeur. Me gusta cuando las artes se desarrollan, incluso más que los resultados finales. Me gusta ver los inicios, los primeros ensayos, cuando algo está a mitad de camino y algo está pasando. Esto es un privilegio, es lo que me hace seguir", dice, al referirse a la vida en ese lugar, donde también hoy, más que consagrado, a los 62 años, domina el escenario.

-¿Cómo se siente ahora cuando baila?

-Físicamente, siempre es un desafío. Ahora es un desafío diferente. Hay deficiencias físicas, pero también están las ventajas de la experiencia. Es como una suerte de canje. Pero todavía me pongo nervioso al salir al escenario. Uno confía de alguna manera en su instinto y su experiencia, pero al mismo tiempo, mientras más estás ahí arriba, menos sabés lo que está bien, especialmente cuando hacés trabajos nuevos todo el tiempo. Es un territorio desconocido.

Video: Baryshnikov baila Tres solos y un dúo

-¿Se siente más seguro o menos?

-Nunca me siento muy seguro antes de una actuación. Pero cuando estás en el escenario, ya es demasiado tarde para no estar seguro. Tenés que superar ese sentimiento para entregar la mejor actuación.

-¿Esto sucede naturalmente?

-No. Tengo que esforzarme para actuar y sobreponerme a ese vacío... a las mariposas en el estómago. Es parte del territorio.

-¿Cuándo comienza a disfrutar?

-Cuando baja el telón [risas]. Existe una especie de goce cuando estás en el escenario, que a veces es una falsa alarma, porque justo cuando estás empezando a disfrutar algunas cosas, perdés el control o hacés, en mi opinión, algo terriblemente equivocado. Cada persona es diferente. Para mí, es un trabajo que disfruto, pero no es que digo: "¡Oh, vivo en el escenario! ¡Amo actuar! ¡Me olvidé de quién soy!" [risas]. No, no, no: yo sé cada segundo quién soy, qué tengo que hacer, qué viene luego, cómo recordar el texto coreográfico y, al mismo tiempo, cómo darle algo de color.

Este es Baryshnikov. O, al menos, el que se deja ver a lo largo de una hora de entrevista. La charla ocurre en su territorio: el teatro del quinto piso de su centro artístico. Una sala cruda y rústica. Las luces, los andamios, los cables... Todo está a la vista. Vestido de blanco y negro, con mocasines y medias a rayas de colores, se cruza con LN R a la salida del ascensor. A primera vista, parece más un jockey que un bailarín. Habla con un acento ruso marcado, como si hubiera bajado de un barco de inmigrantes hace apenas unos días, pese a que ha vivido la mayor parte de su vida en Estados Unidos. De hecho, dice que se siente estadounidense, y que lleva una vida familiar, conservadora y tradicional, al estilo norteamericano. "Nunca me importó mucho la reputación de sex symbol. Creo que es una tontería. ¿Qué es una reputación? ¿Qué clase de sex symbol a mi edad? Es una pérdida de tiempo", refuta. Es un genio de esos que podrían hacer casi cualquier cosa en el escenario. Pero él apenas se da margen para salirse de su libreto. Más: se ve como "un instrumento en las manos de otras personas" y una y otra vez habla del rol del coreógrafo.

"Una pieza no es una improvisación. Si uno está entregando un monólogo muy largo, hay que recordar el guión exacto, como una persona en el escenario recitando Otelo. Si uno se pierde totalmente a sí mismo, puede llegar a olvidar el texto [se ríe]. Con la danza pasa lo mismo. Tenés que recordar cuál es la intención real del coreógrafo porque, antes que nada, sos su sirviente. Tenés que dar el ciento por ciento de lo que le prometiste que ibas a dar. Eso está en primer lugar. No podés, simplemente, ir y hacer lo que quieras. Luego hay algunos elementos personales, como si estuvieras manejando una Ferrari y eligieras cuándo hacer un cambio. Uno juega dentro del texto de la coreografía. Y cada vez es diferente."

Baryshnikov no planea su retiro y no quiere pensar de su legado como artista. Derrama la misma intensidad cuando se refiere a la danza, el teatro, el cine, e incluso su familia, la paternidad, sus amores o la política, pero se lo nota más cómodo hablando de trabajo. Lo demuestra con su lenguaje corporal: no cruza los brazos; los abanica como si estuviera en el escenario. Se explaya, enfatiza conceptos, e incluso llega a molestarse, un poco, cuando se le pregunta si siente algunas de sus actividades, el teatro, por ejemplo, como un hobby. "Me lo tomo muy en serio. No se puede tomar como un hobby subir a un escenario y actuar en un teatro. Si hago algo, le dedico toda mi atención. Asumo proyectos en los que pienso que puedo entregar un nivel que me va a satisfacer, en los que me siento seguro de que tengo qué decir."

Esta dedicación es, en parte, una de las razones por las que cree que enseñar no es para él una opción. "Para ser un maestro, tenés que enseñar todos los días de tu vida. Es muy personal. Yo nunca he tenido el tiempo o el compromiso para hacerlo. Usualmente, los buenos maestros comienzan a enseñar muy jóvenes y luego se dedican a eso. No es que decís: «Ah, bueno, cuando deje de bailar comenzaré a enseñar». Muy pocos individuos se convierten realmente en buenos maestros. Tenés que tener el deseo interno, esa búsqueda de querer trabajar con gente joven. Es un talento especial. Creo que nunca lo voy a hacer. A mi edad, es demasiado tarde para empezar a enseñar."

Pero no para dejar de bailar. Doce años después de la última vez en el Colón, Baryshnikov volverá a Buenos Aires en octubre con su último espectáculo, Tres solos y un dúo, un programa de danza contemporánea en el que baila con la española Ana Laguna (ver recuadro). Se entusiasma cuando habla de la Argentina: "Es una gran audiencia, y amo el país, la cultura. Siempre es un placer ir allí. Sólo tengo grandes recuerdos. Las salas de baile, quizás, el tango, la música y las canciones. La gente es muy frontal y muy cargada sexualmente... quizás esté vinculado a la cultura. Eso es lo que vemos en la Argentina. Y ahora legalizaron el matrimonio gay, que es algo absolutamente fantástico. Nosotros pretendemos estar a la vanguardia de la civilización, y todavía no podemos resolver ese tema".

Pero él no cree en los papeles. Lleva, sí, una vida de hombre casado, y es padre de cuatro hijos. Pero nunca se casó. Su hija mayor nació de su relación con la actriz Jessica Lange. Sus otros tres hijos, con su actual mujer, Lisa Rinehart, que fue bailarina y se dedica ahora a escribir. "Con mis hijos, mi mujer, mi familia, es todo muy tradicional. Quizá no del todo, porque estoy menos en casa, ya que viajo mucho, pero intentamos ser tradicionales y tenemos una familia del estilo americano, normal. Mis hijos van al colegio y a la universidad, intentamos pasar las tardes juntos y cenar juntos. Mi esposa es una mujer muy conservadora. Yo soy un poquito más burbujeante."

Habla de las giras, de los viajes, y dice que, aunque cometió errores y se involucró a veces en proyectos innecesarios, artísticamente la pasó genial. "Si decís que vas a hacer algo, tenés que hacerlo. No importa cuánto dure o cuánto te guste un proyecto, tenés que terminarlo. Es tu palabra, y tenés que honrarla", justifica. Baryshnikov no separa su vida laboral de la privada. "Es un todo", dice. Y ese todo demanda sacrificios: "Definitivamente, si no hubiera pasado tiempo lejos de mis hijos no habría logrado todo lo que logré en mi nivel. Sería una persona diferente".

-¿Se siente culpable?

-Hay culpa, por supuesto, y también preocupación. Pero tengo una compañera genial. Mi mujer es una madre fenomenal y siempre he confiado en su pericia. Ella es muy firme y, a la vez, muy cariñosa. Me permitió ser quien soy, pasar más tiempo aquí [en el teatro].

-¿Ella hizo más sacrificios que usted?

-Sí, sí.

-Y eso, ¿cómo lo maneja?

-Algunas veces intento ayudarla con otras cosas. Ahora que nuestros hijos crecieron, está encarando algunos proyectos, y yo estoy intentando serle útil y entender cuán importante es para ella hacer sus paradas... Algunas veces dirige o prepara coreografías. Es una gran escritora y está algo involucrada en nuestro centro. Sus manos también están llenas.

-¿Habría logrado lo que logró sin ella?

-No. O si hubiera estado completamente solo. No creo que hubiera sobrevivido solo. Realmente necesitaba un hogar.

-¿Cómo es eso?

-Bueno, quizá porque nunca tuve un hogar de chico. Mi madre murió cuando yo era muy pequeño [se suicidó cuando Mikhail tenía 12 años], me fui de mi casa a los 15 y estuve todo el tiempo en escuelas e instituciones hasta los 18 años. No había mucho hogar. Yo quería eso, lo que probablemente me perdí en mi infancia, la gran familia... y ahora tengo dos nietos y es una alegría saber que uno está vinculado. Es algo físico. Es tu familia. De alguna manera estás cansado y harto, y es confortable saber que vas a llegar a tu casa y que va a haber seres humanos allí. Los amas, y quizás ellos no están del todo de acuerdo con vos algunas veces, porque a los hijos muchas veces no les caen bien sus padres, pero está bien.

-¿Cuán importante fueron las mujeres en su vida?

-Amo a las mujeres. Respeto a las mujeres. Creo que son mucho más listas que los hombres; creo que son mejores personas [risas]. Realmente lo creo. Se organizan mejor, tienen mejor memoria, una mejor escala emocional y son más sensibles. He aprendido mucho de ellas. En mi carrera trabajé mucho con coreógrafas. Creo que son personas muy creativas, y no es que separo al hombre de la mujer. Pienso que se complementan.

-Puede ser complicado...

-Bueno, puede serlo. Pero realmente, con todas las mujeres con las que me involucré en mi vida, desde mi más tierna edad, solamente he tenido amor y respeto.

El tiempo pasa veloz mientras se refiere a su devoción por las historias de Alejandro Dumas. Menciona a León Tolstoi y a Fiodor Dostoievski cuando se le pregunta por escritores rusos y se muestra devoto del vino. Es en ese momento cuando el mito parece darle espacio al hombre, aquel que revela su gusto por versiones económicas, algo más acordes con los mortales que sufren las restricciones de un presupuesto: "Me gusta probar vinos de diez dólares y ver qué se puede encontrar en ese rango. Tengo amigos que están en el negocio. Por supuesto que a veces vamos arriba de ese valor, pero nos divierte buscar variedades en ese precio, como los de mesa."

Luego de pasar las vacaciones en su casa de Punta Cana, Baryshnikov iniciará la gira que lo llevará de vuelta a la Argentina. En su agenda ya guarda un espacio para anotar un pequeño instante de placer hedonista, lejos del teatro, la rigurosidad del escenario y los libretos. "Me encanta el bife. Solía comer mucho cuando bailaba, tal vez porque Rudolph Nureyev comía bifes todos los días de su vida [risas]. En Rusia rara vez comíamos carne del estilo de un bife grande y jugoso, aunque ahora intento alimentarme más liviano."

Fue su deseo de experimentar con la danza uno de los motivos que lo llevaron a los Estados Unidos a mediados de la década del 70, "un salto desde un punto muy alto a aguas frías y profundas", tal como lo recuerda.

Ahora, a los 62 años, cerca del escenario, cuando se le pregunta si piensa en su retiro, Baryshnikov responde: "Depende del trabajo. Puedo parar después de esta gira por Sudámerica y decidir que mi cuerpo ya no hace más esto o ver que no tengo ningún trabajo nuevo para continuar. Nunca digo «bueno, en la próxima primavera voy a bailar en Londres», porque usualmente hago cosas nuevas todo el tiempo". Y eso, explica, lleva meses de trabajo que pueden terminar en la nada, si siente que la obra no funciona, o pueden terminar en una gira, si se siente orgulloso del resultado.

Pero Baryshnikov ofrece algunas señales de que el momento de dejar el escenario todavía no ha llegado: "La vida es un continuo. No escribo mis autobiografías, no hago documentales, no hago shows en televisión sobre arte. Hago la mayoría de mis trabajos en forma instintiva y por mis propias razones egoístas. Y amo lo que hago, por supuesto."

Por Rafael Mathus

Biografía elemental

Infancia Nació en 1948, en Letonia. Le gustaba jugar al fútbol, pero su madre le introdujo su afición por la danza. A los 12 años, cuando ella se suicidó, él ya había ingresado en la Opera de Riga. Mitos Se dice que es la estrella, con vida, más grande de la danza. Con Nureyev, a quien conoció en 1970, tuvieron el mismo maestro, Pushkin, a quien Misha (tal su apodo más coloquial) ha dicho querer como a un padre. Ambos fueron estrellas del Kirov y los dos huyeron de suelo soviético para volar alto. En 1983 se naturalizó estadounidense. Carrera Aun con su baja estatura, hizo los protagónicos del repertorio clásico, merced de su técnica límpida y su bravura. En los 80 dirigió el American Ballet Theatre y en la década siguiente creó su compañía, White Oak Dance Project. Actualmente está al frente del Baryshnikov Arts Center. Hollywood Nominado a un Oscar en 1977 ( The Turning Point ), actuó en varias películas. En la más célebre, Sol de medianoche , interpretó a Rodchenko, un bailarín ruso expatriado. Más glamorosa fue su participación en Sex & the City (2004), como pretendiente de Sarah Jessica Parker (Carrie). Amor De jovencito, fue novio de Irina Kolpakova. En 1980 conoció a la actriz Jessica Lange, con quien un año más tarde tuvo a su hija mayor (Alexandra). De su relación con Lisa Rinehart (ex bailarina del ABT), su actual mujer, nacieron Peter, Anna y Sofia.

Recuerdos y muchas gracias
Por Julio Bocca

Mi primer encuentro con Misha fue en los estudios del American Ballet Theatre, luego de un viaje de 12 horas desde Buenos Aires hasta Nueva York. Yo estaba con Lino Patalano, Natalie Moody y Howard Gilman cuando se abrió la puerta, apareció él [que entonces dirigía el ABT] y me dijo: "Buenas; cambiate y vamos a hacer clase". Creo que nunca hice una clase tan nervioso, sobre todo porque venía de mi primera operación de rodilla. Al día siguiente firmé contrato como primer bailarín de esa compañía, una de las mejores del mundo. Tenía 19 años.

Baryshnikov siempre fue muy callado y tímido. Entre otras anécdotas con él, recuerdo una gala a beneficio en el Kirov -para reconstruir la ciudad-, a la que me pidió que llevara, como si fuera un bolso más, un cuadro que terminó siendo una valiosísima obra de un pintor español. ¡Suerte que no le pasó nada! Recuerdo una invitación que me hizo a su casa de Punta Cana, adonde fuimos con Ana María Stekelman y unas amigas. Lo pasamos bomba. Y también aquel día que lo encontré en la puerta del Metropolitan de Nueva York y le dije si vendría a verme bailar en mi último show con el ABT. El se rió: "Sí, despedida, como hacen todos, y al año siguiente te volveré a ver". Ahora, cuando lo encuentre, le recordaré que hace ya cuatro años que me fui de allí.

Además de ser un gran bailarín, con mucha personalidad (uno de esos genios que podía hacer lo que quería y todo le salía bien), creo que Baryshnikov le dio un giro importante al ballet, sobre todo hacia el lugar de verlo más como un show y no algo tan cerrado. Personalmente, ahora me gustaría verlo como maestro, pero respeto su búsqueda dentro de la danza para seguir bailando, lo que sigue haciendo excelentemente.

¿Su mayor logro? Aceptar otros estilos que no fueran rusos.
Y permítanme decirle mucha merde. Que le agradezco la posibilidad que me dio en mi carrera y que, a pesar de tener diferentes puntos de vista, siempre me respetó. Gracias.

El preámbulo del reencuentro

Después de girar por diferentes teatros de Europa este año, el espectáculo Tres solos y un dúo devolverá a Mikhail Baryshnikov a nuestro país, en octubre próximo, para subir al escenario del Coliseo con dos funciones (el 23 y el 24), antes de su escala en Astengo Rosario (el 26). A las piezas Valse-Fantasie , de Alexei Ratmansky, y Years later , de Benjamin Millepied, se suman Solo for two y Place , ambos, trabajos de Mats Ek, un referente ineludible de la danza contemporánea del siglo XX. Esta última es una obra que el coreógrafo sueco creó especialmente para que interpretaran su mujer, la bailarina española Ana Laguna y Misha.

Tras su debut en Buenos Aires, en 1978, cuando hizo obras de Balanchine y Robbins junto con Patricia Mc Bride, el letón trajo al país a su compañía White Oak Project. Diez años más tarde, también en el Teatro Colón, interpretó un programa de solos que incluyó Heartbeat:mb (por las iniciales de su nombre) que incorporó a la música original de Samuel Barber el ritmo de los latidos de su corazón, tomados en vivo a través de electrodos.

Un conservador de sentimiento demócrata

La faceta política de Mikhail Baryshnikov puede resultar paradójica: se confiesa demócrata, aunque se muestra, también, liberal en el sentido que se usa en la Argentina, cuando afirma que no le gusta la idea de un Estado muy grande. Así, se suma a un debate que en los Estados Unidos se recalentó con las políticas de Barack Obama.

"Puedo simpatizar con su preocupación respecto de un gobierno grande", dice, cuando se le pregunta por el Tea Party, el movimiento conservador, férreamente opositor a Obama, que explotó aquí luego de la crisis financiera.

"Vengo de un Estado grande. A veces puede ser desastroso. Mientras más gente hay en el gobierno, menos hacen. Pero, a la vez, soy demócrata por sentimiento. La gente a veces me pregunta cómo puedo ser demócrata viniendo de Rusia en la era de Brezhnev", comenta entre risas.

Baryshnikov opina con fundamento: "Viví la mayor parte de mi vida aquí. Estoy en mis sesenta y llegué a mis 27. Treinta y cinco años es mucho más de la mitad de mi vida".

-¿Qué es lo que más le gusta de los Estados Unidos?

-La libertad personal. Realmente puedo hacer lo que quiera. El sistema te da infinitas oportunidades, que en la burocracia de otros países, como en Europa, sería imposible.

-¿Y qué es lo que menos le gusta?

-Muchas cosas. Todavía es un país muy racista y querría que hubiera más pluralidad política. Sólo hay conservadores y liberales. Tampoco me gusta que el gobierno gaste tan poco en educación y arte.

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