El duelo, más allá del dolor.

El concepto de duelo como el de la muerte es universal y está íntimamente ligado al sufrimiento psíquico, el duelo es necesario para poder continuar viviendo, para lograr separarse del ser perdido o amado y recobrar la libertad de funcionamiento psíquico.

Concierne a todos los seres humanos. Atañe a niños y adultos que pasan por los mismos rituales. No obstante su universalidad, los sentimientos del duelo a veces no son expresados ni reconocidos como tales.

El trabajo de duelo, como lo llamó S. Freud, supone una elaboración intrapsíquica y a pesar de ser doloroso, es indispensable y casi obligatorio para el posterior bienestar del psiquismo humano, al revisar la etimología del término “duelo”, vemos que se origina en dos raíces latinas, “dolus” y “duellum”; la primera hace referencia al dolor, a la vertiente más psicológica, mientras que la segunda remite a la idea de desafío que entraña el hecho de “retar a duelo”, “al combate entre dos”.

Desde el psicoanálisis entendemos el duelo como algo que va más allá de un dolor de orden psíquico, un pesar o una aflicción. Supone un desafío hacía la propia estructura psíquica del sujeto, una tensión entre el registro real y el simbólico, al experimentarse una falta en lo real, la falta devenida alcanzará lo real del cuerpo imaginario del doliente.

Observemos una posible definición de duelo, teniendo en cuenta esta doble cara, en tanto supone dolor y reestructuración, empecemos analizando el concepto desde una perspectiva más amplia, antes de adentrarnos en la definición propiamente psicoanalítica, el duelo es un estado y un proceso que sigue a la pérdida de un ser querido, afirmación que podemos precisar diciendo que se trata de una pérdida definitiva, por lo cual normalmente se asocia con la muerte. Pero no tiene por qué suponer necesariamente la muerte física de una persona: por ejemplo, cuando una relación de pareja termina, no hay ninguna defunción, pero sí el fin de una relación; alguien deja de ser algo para uno y este algo se pierde.

Podríamos aludir a muchas situaciones que remiten a este punto, pero señalaremos cómo una idea o deseo puede ser fuente de un proceso de duelo importante: un caso muy evidente sería cuando el médico indica a una mujer o a un hombre la imposibilidad de tener un hijo vía natural; sin que nadie muera, esto deja al sujeto bastante impactado. Qué decir en el caso de amputaciones, tampoco muere nadie, pero sí muere una parte del sujeto, con toda una serie de expectativas en relación con el futuro.

El duelo desencadenará respuestas de tipo emocional y comportamental, de tal forma que genera un proceso que se prolongará el tiempo necesario para elaborar la falta; estar en duelo supondrá localizarla en uno mismo, saber qué se nos ha perdido a través de la falta que ha devenido para poder aceptar la pérdida y no renegarla y este proceso conlleva consecuencias tanto en el ámbito fisiológico como en el social; la intensidad, la duración y sus implicaciones serán proporcionales a la dimensión y significado de la pérdida y a las particularidades psíquicas de cada sujeto.

El ser humano normalmente acaba sometiéndose a la realidad, a pesar de necesitar un tiempo para ello, la pérdida y el duelo son inherentes a la vida, propias del proceso evolutivo y constituyentes del sujeto: pensemos en la retirada de la leche materna a un bebé, todo el contacto con el pezón materno desaparece, dejando al bebé con una falta que deberá suplir; también en la vida adulta nos encontramos con separaciones inevitables, como es el caso de la muerte de los padres, o con pérdidas a veces traumáticas, a las cuales debemos hacer frente muchas veces no sin dificultades.

Autor: Matilde Pelegrí Moya en EL JARDÍN DE FREUD.

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