Muerte de los padres.

Papá y mamá han muerto.

Soy un bebé de dos años.

¿Quién cuidará de mí?


Vamos a imaginar a unos padres que han conseguido respetar a los hijos en todas las etapas de su desarrollo, colmando sus necesidades de afecto, de juego, y aportando un marco flexible donde el niño puede expresar  sus emociones, tanto las negativas como las positivas.

Esos niños se transforman en adultos maduros que pueden hacerse cargo de sus vidas. No arrastran traumas ni heridas que piden ser resueltas. Encuentran en sus parejas y en sus propios hijos el medio para expresar, de nuevo, el amor que sus progenitores les profesaron.

Entonces papá y mamá envejecen, son diez o veinte años de progresivo adiós a la vida terrenal, un tiempo lo suficientemente amplio como para madurar una despedida. Los hijos ven cómo esas vidas se apagan, como una vela que se consume y finalmente se extingue. ¿Cuánto sufrimiento se puede esperar de una situación así? Habría tristeza, pero también liberación, para ambas partes. Claro que habría dolor, es una despedida brutal y una confrontación con la muerte. Pero se trata de unos adultos maduros y conscientes que se despiden de otros adultos maduros y conscientes. Hay una dimensión divina en ello. La muerte como puerta a otros niveles de la realidad.

Ahora dejemos de imaginar y volvamos al mundo real. Papá y mamá no han sabido entender mis necesidades en las diferentes etapas de mi desarrollo. Me han gritado, me han golpeado a muy temprana edad, me han exigido un comportamiento impropio para mi tierna edad, y me han hecho saber, por la vía del dolor, que simplemente no me aman, a no ser que cumpla una lista de cosas muy extensa y complicada, y que varía según el oscilante humor de papá y mamá.

"Papá estuvo siempre lejos de mí. Sí, estaba en casa, pero era como si no estuviera. Nunca me tocó con afecto, a veces me golpeaba, a veces me miraba de una forma que me atemorizaba, esa clase de mirada que luego vi en viejos pagando a ciertas mujeres. Así año tras año. Yo procuraba adecuarme a lo que me decía: no hacer ruido, hacer mis deberes de colegio puntualmente, no enfadarme ni llorar. Aprendí pronto a tragarme las lágrimas y a sonreír, y a los seis o siete años era ya una mujercita que mi padre sacaba de paseo los domingos y mostraba a sus amistades con orgullo"

"Mamá estuvo siempre demasiado cerca de mí. Entraba en mi habitación y revisaba todos los cajones buscando no sé qué cosas de adultos. Me amenazaba con los castigos de papá si no me adecuaba a sus demandas. En cierto modo era como si yo fuere su mamá, me usaba para descargar toda su frustración, toda la rabia que sentía contra papá, contra su propia madre, contra el mundo entero"

"Mi mamá me acariciaba y me besaba, pero más tarde entendí que muchas veces no lo hacía por amor a mí, sino para no sentirse sola. A veces dormíamos juntas, lo que a mí me encantaba, pero algunas veces ella lloraba en silencio, lo que me producía una angustia indescriptible. Yo quería que ella se sintiera bien, pero me sentía incapaz. Creía que yo era la culpable de su dolor. ¡Si ella simplemente me hubiera explicado que su dolor no tenía nada que ver conmigo! Pero lo único que musitaba era que debía comportarme bien, en lo cual yo me esforzaba cada día, sin saber exactamente lo que eso significaba"

"Entonces  me hice mayor, y mis papás fueron envejeciendo. Sabía que los viejos mueren, pero yo era todavía una niña pequeña que esperaba un gesto de amor genuino. ¡No podían irse así sin más, sin haberme dado lo que todo niño necesita! Pero finalmente murieron, y yo me sentí morir también"

"Papá, mamá, no soy una mujer adulta, sólo una carcasa que oculta a esa niña atemorizada que no ha podido crecer, asfixiada por normas extrañas. Papá, mamá, nunca recibí el alimento que necesitaba, ¡no he podido crecer! Me he quedado con tres, cuatro años, siempre esperando lo que todo niño ha de recibir, que es amor incondicional. ¡No os vayáis, por favor!"

"Siento un vacío terrible, no soy un adulto al que le quitan una pierna, y aun así puede reaccionar como un adulto y caminar con la pierna que le queda. ¡No! ¡Yo soy una niña que se queda sin padres, y esto amenaza mi vida! Por eso tengo deseos de matarme, no creo poder continuar sin vosotros. ¿Acaso no he intentado comprenderos, acaso no os he perdonado mil veces? ¿Por qué me dejáis en la soledad más absoluta? Tengo cincuenta y cinco años, y vosotros ochenta, pero lloro como un bebé al que arrebatan su único refugio.

Soy una niña indefensa, nunca amada, nunca comprendida.

Mis únicos soportes, los que me dieron la vida, también me la quitan ahora.

Nunca me dieron verdadera vida, más bien me usaron para tratar de entender 

por qué sus propios padres tampoco actuaron bien con ellos.

*   *   *   *

Si lloras la muerte de tus padres, piensa que no eres tú el que llora.

Ese niño indefenso es el que está llorando, pues ningún niño está preparado para ver morir a sus padres.

Déjale llorar, abrázalo. Pásate unos meses, o unos años, sintiendo la tremenda injusticia que cometieron contigo. No te entendieron ¡y encima ahora se van para siempre! Siente esa rabia tremenda, esa sensación de muerte, porque un niño abandonado por sus padres es un niño muerto. Busca una persona que pueda ayudarte a fomentar durante un tiempo esa indignación, que pueda sostenerte, no en el perdón sensiblero y apresurado que la sociedad impone desde sus propios traumas, sino en la expresión de tu rabia. Sólo después de sentir el daño que tus padres te hicieron podrás comprender todo el dolor que ellos a su vez sufrieron a manos de sus propios padres, sólo entonces los verás como víctimas inocentes que utilizaron a un ser indefenso para tratar de dramatizar y compensar sus tremendas heridas.

Sólo entonces podrás dejar que mueran en paz. Ya no te sentirás huérfano, sino un adulto que ha comprendido de verdad. Podrás contemplar a la muerte como lo que es: un descanso, una liberación, una despedida entre seres adultos conscientes. Y, cómo no, como algo imposible de comprender.

"Ahora sí. Papá, mamá, gracias infinitas por vuestros esfuerzos para criarme. Ahora sé lo que es la vida y lo que cuesta criar hijos. Sé que sacrificasteis muchas horas de sueño, y muchas facetas de vuestras vidas para entregar vuestra energía a vuestra hija. Vuestra infancia fue más dura que la mía, vuestros propios padres fueron muy duros con vosotros, y aún así habéis conseguido la hazaña de no transmitir solamente eso, sino que habéis dado un paso adelante y me habéis tratado mejor de lo que os trataron a vosotros. Gracias papá, por traer dinero a casa, por esos paseos en el bosque, por esas historia que me contabas de pequeña y con la que me hacías reír. Gracias mamá por preocuparte por mí, por las comidas deliciosas que preparabas, por las tardes del sábado cuando me comprabas ropa, por esa canción de cuna que hoy canto a mis hijos. Gracias, papá y mamá, por haber dejado en mi memoria recuerdos tan hermosos. Mi despedida ha sido difícil. No puedo evitar llorar si pienso en vosotros, la muerte es demasiado grande como para asumirla, por eso lo que hago es llorar hasta que se me pasa... hasta que la Vida me rescata de esa muerte y me llama de nuevo a sus filas. Seguís conmigo, todo lo bueno que me disteis lo estoy entregando a mis propios hijos. Os llevo dentro, papá y mamá, y os quiero"

Desconozco Autoria

¡Tienes que ser miembro de E.A.C. para agregar comentarios!

Join E.A.C.

Enviarme un correo electrónico cuando me contesten –

contador visitas gratis