Recomendado: " El Ocho y el Fuego "

La autora de El Ocho nos desvela su lado más mágico. El pasado mes de enero, Katherine Neville visitó nuestro país para presentar la segunda parte de El Ocho, su celebrado bestseller de inspiración alquímica. La última vez que quiso venir a España vio sus planes frustrados por los atentados del 11–S. Ahora, antes de embarcarse conversó en Washington con Javier Sierra, dándole una entrevista íntima y nada convencional al calor de El Fuego, su nueva novela. Zaytinya es un moderno restaurante ubicado en la calle 9 de Washington DC en el que sirven especialidades turcas, griegas y libanesas. Se encuentra muy cerca de los principales museos de la ciudad y desde que el chef español José Andrés decidiera abrirlo a principios de 2003 se ha convertido en uno de los lugares favoritos de Katherine Neville. “Me recuerda mis años en Oriente Próximo”, comenta. “Justo la época en la que comencé a trabajar en El Ocho”. A Katherine, de 63 años, se le ilumina la cara al recordar esa etapa de su vida. Cuando nos sentamos a la mesa acompañados por el eminente neurólogo Karl Pribram, llevamos tres días conversando sobre los acontecimientos que rodearon la creación de su famosísima novela, pero, sobre todo, reflexionando sobre por qué justo ahora –veinte años después de la publicación de su best sellerlanza una segunda parte que ha titulado El Fuego (Plaza Janés). En esas jornadas de principios de diciembre recorrimos juntos los escenarios clave de su nueva novela –la mayoría ubicados alrededor de Georgetown–, pero también repasamos las líneas maestras de la obra que le dio la fama. En especial, las vicisitudes del misterioso ajedrez de Montglane, un juego de oro y piedras preciosas que esconde una milenaria maldición a la que, según explica Neville, sucumbieron Carlomagno, Napoleón, Catalina de Rusia, Lord Byron o los artífices de la Revolución Francesa. Hablamos de cosas que rara vez trascienden a los medios de comunicación y que, desde luego, han estado ausentes en las declaraciones que ha hecho en las 29 ciudades norteamericanas del tour de El Fuego o en su reciente visita a España, el pasado mes de enero. Una de las más llamativas tiene que ver con las sincronicidades, las extrañas casualidades que rodean desde hace años a esta autora y que, en buena medida, han condicionado su particular visión del mundo. Las sincronicidades “Mientras estaba en pleno proceso de investigación para El Fuego recibí un e–mail de un lector agradecido por El Ocho –empieza a contarme–. Decía que lo había leído en Kuwait y que le motivó a aprender a jugar al ajedrez. El caso es que quería invitarme a almorzar en la sede del Tesoro americano. ¡Era su jefe de personal! Naturalmente, acepté. Y cuando estábamos disfrutando de nuestra comida, me dijo que tomó sus primeras clases de ajedrez en Bagdad. '¡Bagdad!', exclamé. '¡Al final del El Ocho desvelo que es allí donde el ajedrez de Montglane fue creado!'. 'Lo sé', dijo. 'Por eso quería conocerla'”. Supongo que te habrán preguntado miles de veces si el ajedrez de Montglane existió de verdad... Katherine sonríe. Sí. Y seguramente ahora me preguntarán si el escondite de Dumbarton Oaks, al que van a parar muchas de las piezas del ajedrez en El Fuego, existe o no. Dumbarton Oaks existe. Puedo dar fe. Es una mansión situada en la parte alta de la calle 32, en Georgetown, junto a un bosque de robles centenarios. Su edificio principal alberga una de las colecciones de arte antiguo más exclusivas de los Estados Unidos, pero su verdadero tesoro son sus jardines. Cuidados laberintos de estatuas, piscinas, terrazas y setos bien cortados, elaborados con arreglo a un programa simbólico abandonado desde el Renacimiento. En 1944 la finca vio cómo representantes de China, Reino Unido, la Unión Soviética y los Estados Unidos sentaban las bases sobre las que se edificarían las Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad. “Es un lugar tan grande y frondoso que se me antojó el escondite perfecto para el ajedrez”, dice Neville. –Por cierto –sonríe–: en la presentación de hoy de El Fuego en la librería Politics Prose, entre el público estaba una de las conservadoras de Dumbarton Oaks... ¡que no sabía que mi libro describía tan a fondo su lugar de trabajo! El tono de confidencia de Katherine Neville me invita a preguntarle por algunos detalles “menores” de su obra. Ese tipo de cosas que en una entrevista convencional jamás surgen por culpa de las prisas o de los “grandes temas”. ¿Quién es Solano, Katherine? Mi cuestión es de mera cortesía. Tras horas hablando de su obra y de sus fuentes de inspiración, se me ocurrió preguntarle por el único nombre que aparece en la dedicatoria de El Fuego. “A Solano”. Nos habíamos sentado en Zaytinya para celebrar una cena de despedida amable, sin grabadoras delante, pero lo que estaba a punto de decirme me obligó a rescatarla enseguida. –¡Vaya! –exclamó–. Eso debe ser otra sincronicidad. Nadie me ha preguntado por él en toda la gira de promoción. Y te va a sorprender: Solano es mi ángel de la guarda, que, además, es español. Como tú. (“¿Ángel de la guarda?” “¿Español?”. Decido no interrumpirla). –Cuando vivía en Sausalito, en una casa colgada de un árbol, con espléndidas vistas al Golden Gate de San Francisco, y estaba ultimando El Ocho, conocí a una médium que me urgió a que terminara mi novela. Me contó mil y una cosas de mí y de mi familia que resultaron ser ciertas, y entre referencias a herencias y situaciones personales, me dijo que tenía un ángel guardián llamado Solano, que había llegado a California junto a fray Junípero Serra, el misionero que convirtió al cristianismo esta región de los Estados Unidos. ¿Fray Junípero?–salto– ¿El mallorquín? ¿Sabes quién es? Katherine pone cara de asombro. Bueno... Supongo que esa es otra sincronicidad. Fray Junípero Serra fue el primero que se trajo a los Estados Unidos un ejemplar del libro clave de sor María de Jesús de Ágreda, la Mística Ciudad de Dios. ¿La monja bilocada de La dama azul, tu novela?Asiento. –¿Sabes? –continúa, como si acabara de recordar una nueva “conexión”–. Poca gente conoce que escribí mis dos primeros libros en aquella casa colgante. Al poco de dejarla, una mujer la compró junto a la mansión victoriana en cuya propiedad estaba mi estudio. Supe que se la quedó en cuanto supo que había escrito allí El Ocho porque me escribió antes de firmar la escritura, para saber si era verdad o no. El caso es que más tarde se la vendió a una francesa, Nadine, y cuando la contacté para preguntarle si me alquilaría la casa del árbol por un año, porque quiero escribir mi próximo libro sobre pintores y alquimia justo allí, me invitó a comer con su marido. Lo alucinante es que su marido es argelino. El Ocho se desarrolla en buena medida en su país, y al final supe que él había nacido a pocos kilómetros de donde me formé con los sufíes y donde ambienté mi novela. Por cierto: por si todo esto fuera poco, Nadine resultó ser pintora. ¿No parece cosa de magia?

La magia Justo quería preguntarte por eso, Katherine. En tus novelas hay muchos personajes que tienen facultades psíquicas, como la pitonisa de El Ocho o el niño profeta de El Fuego. ¿Te preocupan especialmente las personas capaces de adelantarse al tiempo? Tengo muchos amigos con esas capacidades –admite Katherine con naturalidad–. Yo, en cambio, no las tengo ni tampoco me ha interesado desarrollarlas. Sin embargo, es muy frecuente que me pregunten si yo canalizo mis libros, si los espíritus me dictan las tramas, ¡y nada de eso! Sé, sin embargo, que quienes poseen ese don sufren mucho con él. Además de lo psíquico, otro factor dominante de tus obras es la búsqueda de la inmortalidad. Y en ese camino, hacia la mitad de El Fuego terminas dando con algo intrigante: lo llamas “las instrucciones originales”. ¿Qué es eso? No es un término que yo haya acuñado. Procede de una tradición indígena americana muy antigua. Durante siglos, los indios más septentrionales tuvieron a su cuidado esas “instrucciones originales”, y descubrirlas fue algo importante para mí. Mientras que El Ocho fue un libro centrado en el patrón oculto tras la Naturaleza –la música, las vibraciones, las leyes de Fourier...–,El Fuego se apoya en esa creencia indígena para dar con el Plan que se oculta tras cada cosa que existe. Descubrí que si en la Naturaleza algo sigue su propio patrón preestablecido de forma orgánica, sin dejarse interferir, entonces está siguiendo esas “instrucciones”. De algún modo es como estar adorando a Dios de la forma correcta. Por eso creo que si Al Jabir [Geber para los cristianos, alquimista del siglo XIV al que Neville atribuye la fundición del juego de Montglane] quiso esconder algo en su ajedrez, creo que fueron esas “instrucciones originales”. ¿Y crees que existe de veras algo así? Desde luego. Todo en la Naturaleza está regido por ellas, incluso las rocas. Todo lo que es armónico y orgánico sigue esas “instrucciones”. Y a algunos de mis personajes, comprenderlas y dominarlas los acerca a la inmortalidad. Me resulta curiosa esa obsesión tuya por la inmortalidad. En estos últimos meses se han publicado otros libros con parecidos mimbres, como Santuario, de Raymond Khoury (MÁS ALLÁ, 237). ¿Lo conoces? No lo he leído, aunque tampoco me extraña. Mira: el mismo año que se publicó El Ocho vio la luz otro libro de gran éxito, El Alquimista, de Paulo Coelho. Esa obra no se publicó en inglés hasta tres o cuatro años más tarde, y pasó un buen tiempo hasta que la leí. Pero lo curioso es que recogía más o menos la misma clase de búsqueda que El Ocho. Su protagonista también busca un elixir de la vida eterna. Supongo que está en el Plan. ¿El Plan? Sí. Creo que debe de haber uno que explique todas estas pequeñas y grandes casualidades. ¿No te parece? Uno de los temas que más interesan a Katherine Neville es la alquimia. Las estanterías de su casa en Warrenton, a unos 50 kilómetros de Washington DC, están llenas de obras sobre el particular. Lo importante en la alquimia es el camino –explica–. Y el camino es lo que dice T. S. Elliott: regresar al punto de partida para conocerlo por primera vez. Todos los caminos, no importa si son sufíes o la Ruta Jacobea, tienen que ver con el proceso de transformación personal, y ese es el que nos conducirá a la transformación de la sociedad. ¿Buscas cambiar la sociedad con tus novelas? –pregunto. Digamos que mis obras promulgan cómo hacerlo. Y lo hago en una ficción porque la gente tiende a prestar más atención a las novelas que a los ensayos, por la sencilla razón de que las viven. Enseñar a alguien con un libro que puede embarcarse en una búsqueda trascedente, y que puede vivir aventuras y, a la vez, hacer algo bueno por los demás, es fabuloso. El fuego: Escenarios clave BOSQUES DE DUMBARTON OAKS: No muy lejos del Capitolio de EE.UU. se esconden las últimas fichas del ajedrez de Montglane. KEY PARK: Un pequeño parque de Georgetown arropa uno de los diálogos más intensos de la novela. TAPIZ DE HESTIA: Esta imagen única de la diosa griega Hestia desencadena el verdadero drama de El fuego. CANALES DE GEORGETOWN: Asomados a estos bellos canales viven los protagonistas modernos de la novela de Neville.

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