" La Escuela ha Muerto "

La escuela ha muerto (1970). Un libro de Everett Reimer En 1970 se publicó uno de los libros más polémicos para la pedagogía del siglo XX. El título del trabajo era, sin duda, contundente: La escuela ha muerto. El autor resultó ser un tal Everett Reimer y presentaba no sólo un texto crítico con los sistemas educativos escolares que en los años sesenta y setenta se posicionaban como la vanguardia del progreso y desarrollo del planeta (para muchos todavía lo siguen siendo), sino también un conjunto de argumentos cargados de sentido común que debían conducir a la desaparición de los recintos escolares. Hace una semana encontré en una tienda de libros usados de la calle Donceles del centro del DF (¿cómo escapar de esa calle emblemática sin un libro bajo el brazo?) una primera edición para Argentina de La escuela ha muerto (Ediciones Corregidor-Barral, 1976). Me hice con el librito sin pensarlo dos veces. De verdad que me llevé toda una alegría por la adquisición, ya que desde los años ochenta no se ha vuelto a publicar en castellano este clásico de Reimer. A pesar de ser un trabajo que tuvo una muy buena acogida en los años setenta y ochenta, en los últimos veinte años ninguna editorial ha considerado oportuno reeditarlo en castellano. (La escuela ha muerto de Everett Rimer, Edición de Barral-Corregidor Editores de 1976) El libro en cuestión está divido en 13 pequeños capítulos donde se analiza sin complejos el espacios escolar. Cabe destacar que el texto está escrito de tal forma que su lectura no hace necesario tener amplios conocimiento sobre el tediosos leguaje pedagógico que por lo general abunda entre quienes intentan hacer sesudos estudios de las instituciones educativas. Así, mediante un lenguaje sencillo y preciso Reimer explora sin complejos cuestiones básicas referentes a las escuelas. Algunos de los títulos de los capítulos del libro pueden dar algunas pistas al respecto: “El caso contra las escuelas”, “Qué hacen las escuelas”, “Qué son las escuelas”, “De dónde salieron las escuelas”, “¿Son posibles las instituciones democráticas?”, “El papel revolucionario de la educación” o “Lo que cada uno de nosotros puede hacer”. Resulta curioso revisar la trayectoria de Reimer para entender, en parte, las razones que le llevaron a escribir este trabajo. En 1956 estaba al cargo de un programa educacional para la formación de mano de obra cualificada en Puerto Rico. En aquellos años siendo Secretario Ejecutivo del Comité de Recursos Humanos de la Comonwealth acumuló varias experiencias de fracaso en el intento por transformar la realidad educativa en la isla, lo que le llevó a embarcarse en 1962 como consejero en aspectos sociales y de desarrollo de la Alianza para el Progreso que estaba impulsando J. F. Kennedy desde 1961 para la región latinoamericana. Durante su estancia en los EE.UU. pudo observar que los problemas educativos en los EE.UU. eran universales y que solamente se exageraban en los países en desarrollo o del Tercer Mundo por la carencia de recursos. Ya en 1964 Reimer decide volver a Puerto Rico. Es llamado por el Secretario de Educación Ángel Quintero para desempeñar su labor como asesor personal. Su trabajo se centra en enfrentar los problemas de costos y efectividad del sistema público escolar puertorriqueño, en especial la falta de efectividad de la escuela en su misión de enseñar y retener a los alumnos de los sectores económicamente más desfavorecidos. Esta experiencia termina en un nuevo fracaso que deriva en un intento por analizar con más énfasis la naturaleza del problema escolar. Es entonces cuando retoma el contacto con Ivan Illich, un viejo amigo que conoció en su primera etapa en Puerto Rico y que había fundado en 1960 un centro de idiomas y documentación (Centro Intercultural de Documentación, Cidoc) en Cuernavaca, una pequeña ciudad mexicana cerca del DF. En 1967, Reimer e Illich, acompañados de un grupo de trabajadoras del Cidoc como Patricia Cloherty y Valentina Borremans, iniciaron un análisis sistemático y radical del sistema escolar. Al debate pronto se unieron intelectuales interesados en este estudio, es el caso de Samuel Anderson, Pierre Furter, Eduardo Rivera y Robert W. Allen. Durante casi tres años, Reimer pudo compartir muchas de sus intuiciones con educadores, economistas, administradores y líderes políticos latinoamericanos que participaron de las actividades de aquel centro de Cuernavaca. Los borradores de sus trabajos fueron discutidos en seminarios donde participaron también pedagogos de la talla de Jordan Bishop, George Dennison o John Holt. El resultado de este proceso fue un estudio de gran interés para las instituciones escolares que aún hoy, como hace cuarenta años, sufren una crisis galopante. Si bien, las peripecias que hoy es necesario hacer para conseguir este libro dan fe del escaso interés que desde el mundo editorial se tiene por rescatar la crítica radical a la escuela como institución. Quizá una razón pueda hallarse en el hecho de que las escuelas y su mantenimiento son, por lo general, portadoras de los más importantes beneficios económicos de las casas editoriales.

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