Falsos mitos sobre la infancia: Rabietas

¿Los niños Yequana no se pelean?
Parece imposible, ¿verdad? Nunca los vi pelear ni discutir gritando, ni niño con niño ni adulto con niño. Los indios adultos tampoco se pelean.
Extracto de una entrevista a
Jean Liedloff autora de “El concepto del Continuum”.

Vivimos en una sociedad adultocentrista que estigmatiza a l@s niñ@s, no sólo por la forma como l@s ningunea, l@s humilla y l@s denigra, sino también, por el perverso lenguaje que utiliza para referirse a ell@s. Un lenguaje, en el que con frecuencia se les acusa de comportamientos “malvados”, irracionales y deshonestos.

De boca de padres, familiares, vecinos, comentaristas espontáneos, etc.,  no es difícil escuchar expresiones como: “eres un mentiroso”, “nos quiere manipular”, “no razona”, “no me hace caso”, “le das la mano y te coge el brazo”, “me ha montado una rabieta delante de todo el mundo en el supermercado”, etc., para referirse a los niñ@s.

¡Qué cantidad de características y comportamientos negativos les colgamos a nuestros hij@s! Y, además, según este análisis torticero sobre la infancia, los niñ@s siempre hacen las cosas para molestar a los adultos y/o engañarles. Al parecer, para esta sociedad, los adultos somos unos seres humanos desvalidos e inocentes que se dejan manipular y mangonear por malvadas hordas de infantes dictatoriales y crueles que nos llevan al caos y a la anarquía.

Permitidme plantear algunas preguntas:

¿No será que los adultos solemos malinterpretar todo lo que hacen, dicen y piensan l@s niñ@s?

¿No será que en vez de comprender su realidad, a través de la difamación, buscamos justificaciones a nuestra incomprensión, incompetencia y ansias de dominación?

¿No será que nos falta empatía y serenidad para abordar el hecho de que su forma de vivir y comprender la vida es muy diferente a la nuestra?

¿No será que estamos tan heridos que somos incapaces de comprender nuestras propias carencias arrastradas desde nuestras infancias desequilibradas y las queremos proyectar en nuestros hijos?

¿No será que queremos que nuestr@s hij@s sean “buenos y obedientes” como dice la sociedad que deben ser para convertirse a su vez en ciudadanos, trabajadores y soldados “buenos y obedientes”?

¿No será que si quebramos su forma de actuar, si les hacemos vivir en contra de los deseos de su verdadero yo, serán más fáciles de manejar y manipular?

Dejo estas preguntas aquí y muchas más en el aire.

Al hilo de todo lo arriba expuesto, en el artículo de hoy, quería detenerme en uno de los grandes argumentos que la sociedad utiliza para difamar a niñ@s y bebés, las famosas “rabietas”. Más adelante veremos otros.

El de las “rabietas” me parece un tema especialmente grave en el que se muestra cómo la insensibilidad de algunos expertos, padres, familiares, vecinos y opinólogos espontáneos, puede dañar la autoestima de l@s niñ@s.

En primer lugar, he de decir que estoy en total desacuerdo con que a un enfado, por fuerte que sea, se le envuelva con la pátina de irracional, absurdo, ilógico, etc. como ocurre cuando se les denomina “rabieta”, “berrinche” o “pataleta”. Al dejarnos llevar por esta etiqueta cultural denigramos a nuestr@s hij@s y le restamos legitimidad a su enfado. Nos volvemos adultos deificados que juzgamos las acciones de l@s niñ@s, los calificamos y les sometemos al escarnio público otorgándole la razón a esta sociedad que trata a l@s niñ@s con desdén y habla de ellos con desagrado.

Sin embargo, la realidad es otra. Cuando un/a niñ@ se enfada de una forma tan fuerte en la que no puede parar de llorar y se descontrola emocionalmente, esta situación no parte de un sinsentido arbitrario, el/la niñ@ tiene una razón para enfadarse, Su razón. Una razón tan lícita y respetable como puedan ser cualquiera de las nuestras. L@s niñ@s, al contrario que los adultos, son lógicos y auténticos, sin condicionamientos culturales o máscaras detrás de las que esconderse. L@s niñ@s no se enfadan porque sí, porque sean pequeñ@s e irracionales. Un/a niñ@ muestra su enojo porque existe una causa real que lo ha provocado.

Como adultos, nosotros somos los que tenemos que intentar comprender el origen del enfado de nuestr@s hij@s. ¿Por qué ha ocurrido? ¿Qué es lo que le ha provocado una frustración tan grande?

Cuando estemos ante circunstancias similares ¿podemos evitar que se repita el enfado? ¿Cómo podemos dotarles de herramientas emocionales para afrontar una nueva situación de estrés?

Como adultos, nosotros somos los que tenemos que acompañar de forma respetuosa las crisis emocionales de nuestr@s hij@s. Sin juzgarles, sin etiquetarles, sin reprocharles su comportamiento, evitando que se hagan daño a ellos o a otras personas. Su enojo es fuerte, está lleno de desilusión, de pena y rabia, y lo que nos muestra es que nuestr@ hij@ está enfadado, se siente incomprendido, se siente mal.

Sé que son momentos de una tensión altísima en la que nosotros también nos sentimos desbordados y estresados, pero como cuidadores y protectores de nuestros hijos, nos toca serenarnos y acompañarles sin gritos, sin violencias verbales y/o físicas.

Cuando tu hij@ se enfade, respira hondo, afronta la situación de forma racional, no te sientas herido en tu ego, no se ha enfadado para fastidiarte, recuerda su enojo tiene Su razón. Tú ya no eres un niño o una niña, eres la Mamá o el Papá de un niño que, literalmente, está pidiendo a gritos tu ayuda. No es una rabieta, no es un berrinche o una pataleta, tu hijo, tu hija, está enfadado y muy fuertemente. Pero tiene una causa lógica y racional. Debido a su corta edad, a su inmadurez emocional y cerebral, a su falta de recursos comunicativos y a su frustración, aún no sabe expresar su malestar de otra forma. Comprende que se ha debido sentir muy mal, muy herid@ para llegar a enojarse de esta manera.

 Acompaña a tu hij@ en su enfado de forma amorosa, con respeto: no le toques si no quiere (si te deja, cógelo con toda delicadeza, sin apretarle, suavemente abrázale), no le hables si ves que su enfado aumenta (sin embargo, si te escucha, susúrrale dulcemente, con voz serena), deja que pase la tormenta pues su cerebro está inundado de adrenalina y cortisol, y necesita de calma para volver a su estado normal. Si estás en un lugar público y os miran con desdén u os dedican palabras despectivas o reproches, no prestes atención, tu sitio en ese momento está al lado de tu hij@ (pero, si te sientes desbordad@ por los espectadores, coge suavemente en brazo a tu hij@ y sal del recinto en el que te encuentres).

Cuando haya pasado la peor parte del enfado, abraza con fuerza a tu hij@, cógelo un buen rato en brazos mostrándole tu cariño con caricias, abrazos y besos. Sustenta a tu hij@ porque en esos momentos es lo que necesita de ti. Recuerda, sin gritos, sin reproches, sin etiquetas.

Pasadas una horas, cuando estéis tranquilos en casa, cuando hayas reflexionado sobre las circunstancias que rodearon el enfado, será el momento de hablarlo todo, será el momento de comenzar a dotar a tu hij@ de herramientas emocionales para afrontar de otra forma las frustraciones de la vida, las desilusiones. También nosotros tenemos que ser muy sinceros, autocuestionarnos e intentar comprender si no fuimos nosotros los causantes del enfado con un “No puedes hacer eso”, “ahora no tengo tiempo”, “eso no lo puedes comer” o algún tipo de comportamiento caprichoso o arbitrario que frenó su impulso de aprender, de comer, de jugar, etc. Sea cual sea la causa, puedes hablarlo todo con tu hij@ y, aunque sea pequeñ@, explicarle tus razones y, también, empatizar e intentar comprender las suyas. Todos tenemos que poner de nuestro lado.

Si acompañamos a nuestros hij@s en sus crisis emocionales de forma sustentadora y respetuosa, además de poco a poco ir afrontando sus enfados y desilusiones de forma menos vehemente, cuando sean mayores serán adultos más equilibrados y asertivos. No denigremos a nuestros hij@s con un lenguaje hiriente e ignominioso, comprendamos sus razones y, entre todos, busquemos soluciones, cuestionémonos en nuestras propias actuaciones, liberémonos de nuestros propios traumas, condicionamientos y carencias.

Te lanzo varias preguntas para la reflexión, ¿recuerdas cómo te sentías de pequeñ@ cuando estabas enfadado, cuanto te había sucedido algo que considerabas crucial, fundamental en tu vida? ¿Tus padres te ayudaban? ¿Estaban calmados o te gritaba, zarandeaban, etc.? ¿Cómo afrontas hoy en día los enfados de tus hij@s? ¿Te sientes herid@?

 

Texto: Elena Mayorga

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