“Si el propósito del aprendizaje es sacar una buena puntuación en un examen, hemos perdido de vista el verdadero motivo del aprendizaje.” – Jeannie Fulbright

La educación se ha convertido en una institución obsoleta que fuerza al ser humano a participar en procesos que percibe, cada vez con más intensidad, como irrelevantes, agresivos y carentes de sentido. Ya hemos hablado en este blog de esta problemática y hemos tratado de abordarla desde diferentes puntos de vista. En este artículo vamos a centrarnos en la obsolescencia del examen escrito, las tareas escolares y, en definitiva, los estándares que el sistema educativo tradicional establece para evaluar la adquisición de conocimientos.

Comenzaremos enumerando algunas de las creencias más extendidas acerca de la educación:

  • “Aprender es duro y sacrificado”
  • “Cuantos más deberes, mejor”
  • “Si no apruebas, eres tonto”
  • “Si quieres ser “alguien” (¿?) en la vida, debes hacer cosas que no te gustan”
  • “Si te diviertes, no estás aprendiendo”
  • “Para lograr buenos resultados debes sufrir”
  • “Jugar es una cosa, aprender es otra”

Todas estas ridículas creencias, y muchas otras similares, han pasado a formar parte de la mente colectiva, de modo que la escuela representa arquetípicamente un espacio necesario pero poco agradable. Y lo peor de todo es que la sociedad defiende que así debe ser. No son pocos los padres de familia que me han mencionado que la escuela Waldorf en la que trabajo no puede ser muy seria porque los niños se ven muy felices.

Entorno competitivo, entorno agresivo

Todo el mundo es un genio. Pero si juzgas a un pez por su habilidad para trepar árboles, vivirá toda su vida pensando que es un inútil.”

El sistema tradicional de calificaciones y evaluaciones entraña graves consecuencias para los estudiantes: los niveles de estrés, desconfianza, miedo y ansiedad a los que les sometemos (sobre todo en sus fases de desarrollo más tempranas), suponen un peligro para su equilibrio emocional, mental, físico, anímico y espiritual. Se educa no para la sabiduría, la comprensión y el análisis crítico de la realidad, sino para dar la talla en pruebas de dudosa validez.

Las tareas escolares y exámenes, además de estrés y ansiedad, generan entornos competitivos desde edades muy tempranas. Christopher Clouder, experto en pedagogía Waldorf, sostiene que “la creación de entornos competitivos destruye las relaciones humanas, porque la idea que está en su base es que los demás son potenciales obstáculos para mi éxito, lo que  su vez incentiva el engaño, la trampa, la estafa y la agresividad en todas sus formas. Es una lástima que la obsesión del sistema sea convertir a los niños en unidades económicamente operativas en el menor tiempo posible. Eso va contra su derecho a desarrollarse como persona. Le puedo asegurar que, aunque no se le presione con plazos, un niño aprende, y lo hace rápido. Atosigarles con exámenes y notas desde pequeñitos es ridículo”.

10374875_1618885421725718_5349633691988553736_nEl examen escrito lleva codificado un mensaje cuyo contenido vendría a ser algo así como: “quiero que repitas lo que te dije, porque esa es la única respuesta correcta”. No hace falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que esta idea se muestra contraria al desarrollo de facultades críticas: el alumno no debe cuestionar, no debe ser demasiado observador ni curioso, y mucho menos creativo, sino que debe limitarse a repetir lo que le ha sido transmitido de forma lineal. Nada de autoexploración, autenticidad o pensamiento socrático.

¿Enseñan los exámenes y los deberes a aprender? Por el momento, lo único que tenemos claro es que enseñan a memorizar. ¿Es lo mismo memorizar que aprender? La neurociencia ha demostrado que no:

“La neurociencia enseña hoy que el binomio emoción-cognición es indisoluble, intrínseco al diseño anatómico y funcional del cerebro. Este diseño, labrado a lo largo de muchos millones de años de proceso evolutivo, nos indica que toda información sensorial, antes de ser procesada por la corteza cerebral en sus áreas de asociación (procesos mentales, cognitivos), pasa por el sistema límbico o cerebro emocional, en donde adquiere un tinte, un colorido emocional. Y es después, en esas áreas de asociación, en donde, en redes neuronales distribuidas, se crean los abstractos, las ideas, los elementos básicos del pensamiento. (…) Un enfoque emocional es nuclear para aprender y memorizar, y, desde luego, para enseñar. Lo que mejor se aprende es aquello que se ama, aquello que te dice algo, aquello que, de alguna manera, resuena y es consonante (es decir, vibra en la misma frecuencia) con lo que emocionalmente llevas dentro.” – Francisco Mora, catedrático de Fisiología Humana (Universidad Complutense) y catedrático adscrito de Fisiología Molecular y Biofísica (Universidad de Iowa, EEUU).

Cuando los exámenes y deberes no ayudan a los estudiantes a potenciar sus capacidades y fortalecer sus debilidades, podemos decir que son una forma de abuso.

Sir Ken Robinson afirma que “La gente produce lo mejor cuando hace cosas que ama, cuando está en “su elemento”. Tenemos la obligación de descubrir qué se nos da bien y qué nos encanta hacer. Los niños son creativos y no les importa equivocarse, pero el sistema educativo no admite el error. Todo el sistema está basado en la prohibición y la corrección del error. Confundimos educar con domar y condicionar. Educamos en un sistema que tiene miedo a la libertad, prohíbe el error y mata la creatividad.”

La solución: una educación individualizada y personalizada

“La educación enseña a la gente a pasar exámenes, no a pensar por si misma. En un examen no se mide la comprensión, se mide la capacidad de repetir. ¡Es ridículo, se pierde una cantidad tan grande de energía! En lugar de una educación para la información, se necesitaría una educación que se ocupe del aspecto emocional y una educación de la mente profunda.” – Claudio Naranjo

No todos los niños se encuentran en el mismo lugar académicamente hablando, ni poseen el mismo contexto familiar, cultural o socioeconómico; no tienen el mismo temperamento ni crecen en el mismo ambiente. En definitiva, no todos necesitan lo mismo. Esto supone una gran exigencia para la maestra o maestro, que deberá individualizar las tareas y prestar la debida atención a cada alumno, creando relaciones individuales con cada estudiante y favoreciendo el desarrollo ambientes educativos en los que la enseñanza tenga en cuenta el crecimiento de cada niño a pesar de sus diferencias. La rigidez es otro de esos conceptos que no deben tener cabida en la construcción de nuevas escuelas.

Los deberes y los exámenes deberían potenciar, no esclavizar. Cualquier forma de evaluación debe realizarse de manera individual. Esto se logra mediante la observación consciente y minuciosa de cada detalle relacionado con la actividades académicas de los niños. En primer lugar debemos conocer su contexto cultural y social, sus estados de ánimo, su temperamento, sus potencialidades y limitaciones, sus situaciones familiares… ¿Debe un maestro conocer todo esto? Indudablemente sí. Solamente después podremos entrar a valorar cuestiones como la participación, el margen de atención, la escucha, la respuesta, la capacidad de concentración, su habilidad de trabajo independiente (apropiada a su edad), sus retos específicos de acuerdo a su personalidad, su minuciosidad, su sentido del valor personal, su capacidad creativa, la seguridad en sí mismo/a, sus competencias sociales, sus facultades empáticas, su capacidad de cooperar y trabajar en equipo… Todas estas cuestiones deberían recibir la importancia que merecen y ser la piedra angular de cualquier proceso de evaluación.

En las escuelas Waldorf, por ejemplo, se elaboran varios informes a lo largo del año escolar. Los niños no saben que están siendo evaluados. Esto elimina la carga de estrés derivada de los exámenes, en la que los alumnos ven cómo sus potencialidades se bloquean como consecuencia de la ansiedad por aprobar. A determinada edad los alumnos están preparados para ser evaluados más abiertamente, momento en el cual se comienza a integrar la evaluación directa en la vida académica a través de métodos que pueden incluir el examen escrito (si es pertinente, que no siempre lo es).

Debemos crear actividades específicas para incentivar el desarrollo de las habilidades de cada niña o niño según sus propias necesidades particulares, ya que cada uno vive una realidad diferente y unas circunstancias específicas. Ya hemos mencionado el grave error que supone crear ambientes competitivos. Es nuestra responsabilidad acompañar a los alumnos para que creen un mundo mejor. Un alumno con grandes habilidades matemáticas pero poca consideración por los demás no es un sujeto adecuado para nuestra sociedad, a pesar de que las escuelas tradicionales entronizan a estos estudiantes. Una sociedad en la que los individuos son capaces de cualquier cosa a cambio de éxito, dejando atrás a sus semejantes, es un peligro para las generaciones futuras. Y todo comienza en la escuela.

En definitiva, nuestra responsabilidad debe ser acompañar a esos pequeños seres humanos para que puedan convertirse en lo que realmente son. Que pueda crecer en ellos esa semilla de autenticidad que mora en lo más profundo de su ser.

¿Qué tipos de seres humanos queremos que sean nuestros hijos cuando finalicen su colarización?

Autor: Jorge Benito

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