«Antes de comenzar, quiero aclarar que utilizo el término de maestro y niño, en su acepción genérica masculina porque, aunque soy persona del género femenino, es desde mi hemisferio izquierdo, también llamado masculino o Yang (relativo al aprendizaje consciente y que se activa con el ejemplo de la figura paterna,) desde donde escribo este artículo.

Desde este espacio, el camino del aprendizaje consciente está abierto, por igual, a todos los hombres y mujeres de este planeta. Pero también sé que, este espacio del aprendizaje compartido, permanece cerrado para hombres y mujeres, si la transmisión emocional-ancestral que se realiza desde el hemisferio derecho (Yin o femenino) no se instala previamente.

-------------------------

Confieso que el título de este artículo no es de mi cosecha. Lo he rescatado del libro «Cartilla moderna de urbanidad» editado en 1929; compré este pequeño libro porque quería conocer el enfoque educativo de mis padres y maestros ya que, dada su edad, fueron educados en los años de la posguerra. Sé que toda guerra abre un cisma generacional y, por eso, ya desde mi infancia, mi curiosidad por los tiempos de «antes» me llevaba a devorar todos los libros que caían en mis manos y también a escuchar, con devoción, las historias que contaban mis maestros. Recuerdo, sobre todo, a uno de ellos, un maestro que bien podría ser el que inspiró la película «La lengua de las mariposas. 1991. Jose Luis Cuerda».

Me recuerdo escuchando las batallas que «Don Rafael» nos contaba sobre sus andanzas en la guerra del Rif. (Guerra del Rif 1911-1927) También recuerdo que, a las chicas, nos llamaba señoritas cuando nos hacía salir a la pizarra; y si bien es cierto que, siempre salíamos los mismos (aquellos que levantábamos las manos), pienso que de ese tema no éramos responsables ni los niños, ni los maestros, ya que el espacio escolar nace de la relación «parental» entre el maestro y «su alumno» y cuando esta relación no se conoce y respeta, el maestro poco puede hacer.

Me explico:

En el tiempo de esta evocación yo tenía 13 años, ya era «mayor» y mi mente buscaba ansiosamente modelos y actitudes de nobleza a los que adherirme. Es curioso, me olvidé de las «batallitas» y, sin embargo, aun me emociono al sentir su presencia «personal» entre mis recuerdos: su pipa humeante (si, fumaba en clase y era todo un espectáculo ZEN ver como la cargaba y cuando al encenderla, el olor de la mezcla se expandía por toda la clase) y sus modales antiguos, a la hora de pedirnos, amablemente, que saliéramos a la pizarra. Otro de mis recuerdos, ligado al espacio escolar y por la misma época, es el de mi profesor de «mates»; este maestro tenía la típica y tópica fama de ser un hueso duro de roer pero, en mi caso, puedo decir que su único afán era mostrarnos las maravillas de la vida, a través de los ojos de Pitágoras. Estos dos maestros eran la antítesis, el uno del otro: el primero, venía a clase vestido como un «gentleman», con el pelo y el bigote siempre impecables; en cambio, el maestro de mates, parecía un sabio loco a lo Einstein, con una bata gris oscura, larga, gastada y cubierta de tiza de la pizarra, en la que «siempre» le podías encontrar «cifrando» la vida.

«Ambos tocaron las fibras de mi corazón y depositaron en mi joven persona las ansias de saber, todavía «más», del mundo»

Es por eso, que no necesito ver películas como «Ser y tener» (me bastó con ver su sinopsis) ya que podría pasarme horas hablando o escribiendo sobre los «maestros de antes», a los que tuve la suerte de conocer antes de que la EGB, viniera a modernizar el mapa educativo español. ¿Os suena el concepto de «llave maestra»? Pues yo pienso que un maestro de primaria ha de ser la llave maestra que abre el corazón de los niños y los predispone para querer SABER… También pienso que esta predisposición tiene que venir LATENTE (latiendo) de casa y «bendecida por el deseo de sus padres» transferido a la figura del maestro o maestros. También sé que, sin esta transferencia emocional, los maestros poco o nada pueden hacer más que esforzarse y mucho.

He hablado de relación parental (adj. De los padres o parientes o relativo a ellos), porque pienso que la primera educación que reciben los niños es el ejemplo de su padre. Esa «figura» que el niño ve junto a su madre y que al ir creciendo, se da cuenta de que no son la «misma cosa». Últimamente, se habla mucho de la relación Padre-hijo y quiero aclarar que de lo que yo estoy hablando es de la relación Hijo-padre que, a poco que reflexiones te darás cuenta de que ¡no es lo mismo!

Si, para sentirse querido, un niño necesita ser sentido, tocado, acariciado, etc., por su madre; la figura del padre se convierte en el marco de referencia donde ir integrando ese «crecimiento» en forma de aprendizaje consciente. Para que me entiendan, utilizo como analogía de «la figura paterna» esa regla vertical que suele ponerse en la pared para que el niño mida su progreso en el desarrollo de su «estatura». ¿Cuándo se te quedó pequeña la figura de tu padre? ¿Cuándo entendiste que, como persona, no era todo lo grande, listo, fuerte, etc., que pensabas cuando eras pequeño y «él» lo sabía, todo, todo, todo? ¿No te acuerdas? Pues ese momento, es el momento justo para que el maestro coja el RELEVO… Y sí, estoy diciendo que el maestro de primaria es el depositario de la memoria emocional paterna, al igual que las «maestras» de preescolar/infantil son las depositarias de la memoria emocional materna.

  • De ahí que, si hubiera una educación «ideal» en lo que al número de alumnos para la etapa de primaria se refiere, no debería de sobrepasar al número de hijos que, de manera natural, pudieran ser concebidos a lo largo de una vida rica y fructífera. (Mi abuelo paterno tuvo 13 hijos de los cuales vivieron 10 u 11) o sea, un grupo de unos 12 alumnos como mucho.

  • En preescolar, el número ideal baja bastante, pues la atención que una persona puede prestar sin «menoscabo de la calidad» a unos niños de entre 3 y 6 años, es muy fácil de SABER con este ejemplo: ¿a cuántos niños podría llevar cogidos de la mano? Sí, me sonrío porque acabo de recordar a mis propias hijas con esa edad y agarradas a una cuerda con 13 o 14 niños más (a veces hasta 17 o 18) transitando por las aceras, de camino a su cole o guardería…

  • Si bajamos al tiempo de los «chiquitines», los de 0-3 años, el ejemplo que pongo es este ¿a cuántos niños puedes llevar, en brazos, a la vez?

No soy maestra pero fui alumna y de las buenas; además, he sido madre de dos excelentes alumnas cuya media no solía bajar de la matrícula de honor, por lo que tengo en alto aprecio al espacio educativo. Profesionalmente, me dedico a orientar a personas adultas para la recuperación de los archivos emocionales que quedaron sin resolver entre los 0 y los 6 años de edad. La suma de mi experiencia personal y profesional, es la que me hace asegurar que la clave de acceso, para una educación positiva, no está en los maestros, por mucho que estos se esfuercen, sino en el ejemplo de los padres… y sobre todo, a ciertas edades, del PADRE.

Conscientemente, diferencio el tiempo de la EDUCACION primaria (6 -12 años) del tiempo de CRIANZA o preescolar (0-6 años) pues, en este tiempo, lo mejor que se puede hacer por el niño, es «acunarle» dándole un espacio seguro donde correr y experimentar a sus anchas, dejando que la naturaleza termine el trabajo de gestación y desarrollo de los sentidos, que se inició en el útero materno.

Ayer vi la película «Yo soy Sam. 2001. Jessie Nelson» y me emocioné al ver plasmados en imágenes los sentimientos que estos días «sobrevuelan» por mi espacio mental. Mi padre no fue a la escuela más que lo justo para aprender las «cuatro reglas» y prepararse, con mucho esfuerzo, unas pruebas que le permitieron dejar el campo y la fábrica para acceder a un oficio «mejor». Mi madre fue analfabeta hasta los cuarenta y tantos años y aprendió a leer en las mismas aulas que sus nietas hacían el preescolar; pero, ambos, sabían de lo «bueno» de la educación y sé que, cuando me llevaron de la mano hasta la puerta, de la que fue mi primera escuela (tenía 3 años), lo hicieron con un fervor casi religioso pues, para ellos, el acceso a las letras, tenía el carácter de lo mágico o de lo sagrado.

Es curioso, aquella primera experiencia fue negativa pues yo era zurda y, en aquellos tiempos, te ataban la mano y te pegaban con la regla si la usabas, y tampoco tuve un preescolar, propiamente dicho, sino que me pasé las horas haciendo «cuentas» y leyendo unas cartillas donde ponía: mi mamá me mima, etc. Sin embargo, mi amor por la escuela no desapareció y tuve la suerte de recuperar el tiempo de preescolar, en el tiempo de crianza de mi hija mayor al lado de: Epi, Blas, Caponata, Espinete, la bruja averías, etc. etc. etc.

Es fácil ver que, el tema de la educación me apasiona y es cierto que, durante algún tiempo, valoré seguir los estudios de pedagogía, pero la vida me hizo ver que sería de más ayuda a la causa de la educación, si aportaba mi experiencia vital desde cauces más «heterodoxos», pues pienso que LA ESCUELA como espacio educativo nos pertenece a todos y no sólo a los maestros. En mi «mundo», sigo viendo la escuela como un claro en el bosque, donde un niño (algo mayorcito) se acerca con ojos y manos curiosos, a la figura del hombre mayor. El niño, aun es joven para salir de caza y el hombre mayor ya se ha ganado el merecido descanso o quizá se recupera de alguna lesión; Este sería el primer nivel de transmisión, el que se refleja en la relación abuelos-nietos y que, curiosamente, las escuelas infantiles están empezando a reivindicar.

El siguiente nivel de transmisión se centra en la figura del padre o «parientes» y por extensión, en las demás figuras adultas de la comunidad. El joven (ya no es un niño) y necesita un tutor a quien seguir en su modelo de aprendizaje y esta transferencia (ligada a un proceso de desarrollo natural) sólo se malogra cuando el tutor no manifiesta la rectitud y el liderazgo necesarios para que el joven le admire.

¿Dónde se cultivan estos valores hoy día?

¿En qué asignatura se prepara a los jóvenes maestros para liderar y ser admirados por sus alumnos?

Entiendo que los más motivados no paren de «estudiar», a la búsqueda de nuevas teorías que, cada vez más, se alejan de lo didáctico para entrar en el campo de lo emocional, de la biología, de lo familiar, etc. por lo que al final, los MAESTROS, tendrán que dejar de ser MAESTROS para ser ¿sicólogos, terapeutas, madres, padres, abuelos, etc.?

¡Por favor! ¡Reivindiquemos una figura para cada espacio y un espacio para cada figura!

Los padres «creamos» la figura del educador para depositar en ella las más altas expectativas de futuro para nuestros hijos. Sé que el espacio educativo ha evolucionado mucho desde «aquel claro del bosque» pero la esencia sigue siendo la misma: los padres y madres se van a trabajar, satisfechos y contentos de dejar a sus hijos (en cuerpo y mente) bajo la tutela de personas que han dedicado su vida a la transmisión de los valores fundamentales de la evolución humana.

 

Fuente: http://www.saludterapia.com/articulos-de-interes/icual-es-el-mayor-bien-y-la-mayor-riqueza-que-puede-tener-una-persona-la-buena-educacion.html

 

¡Tienes que ser miembro de E.A.C. para agregar comentarios!

Join E.A.C.

Enviarme un correo electrónico cuando me contesten –

contador visitas gratis