Me encuentro con infinidad de padres que creen y sienten que serán buenos en su rol y función si logran que sus hijos aprendan a escuchar, mirar, conocer, tener en cuenta, adaptarse, acomodarse y tomar la forma que pide el mundo externo, sea este familiar o social. Así han sido formados y con la misma creencia forman a sus hijos.
Con esta acción los padres contribuyen enormemente en el proceso formativo a través del cual sus hijos establecen una fuerte conexión con el mundo externo y por consiguiente, con la “verdad” que este imprime. Estimulan, aprueban, valoran y premian toda conducta o reacción que los niños tengan toda vez que la misma se acomode y ajuste a la forma establecida.
Tomados por esta creencia controlan toda reacción de oposición, rechazo, desinterés, apatía, descontento, insatisfacción, inadaptabilidad que surja por parte de sus hijos frente a la forma puesta o impuesta por el modelo familiar o social.
El adulto le tiene miedo al cambio y es desde este miedo que actúa. Cuando se encuentra con un niño o joven que es capaz de manifestar su verdad o de expresar el mal estar que le genera esta forma, aparece la tendencia adulta a doblegar las fuerzas para que la verdad que se quiere manifestar y expresar, se silencie, se tape, se reprima.
Por dependencia el niño, que es la manifestación más pura del alma en la tierra, aprende a retraerse, reprimirse, frenar su curso natural, bloquear el proceso vital, es decir morir en su esperanza de manifestación en la tierra.
Bloqueada la verdad esencial y con el recurso de conexión fuerte con el afuera están dadas todas las condiciones para emprender la construcción de una identidad sustituta, un yo “falso”, un yo mental sostenido en creencias antinaturales, cadenas sutiles e invisibles, que sostendrán con esfuerzo y exceso de voluntad un “yo” desconectado de la fuente y conectado con la cultura. La libertad de espíritu que nos llevará a recordar quién somos esencialmente, qué dones traemos y a qué vinimos ya está condicionada, está presa del ego.
Esta es la principal causa de desconocimiento de uno mismo, de inseguridad, de desconfianza, de vacío, de abuso de poder, de competencia, de dolor, de adicción, de violencia, de desamor.
Avanzado el camino nos encontraremos con niños, jóvenes y adultos desconectados de su interior, presos de las creencias y tendencias familiares y culturales tan alejadas de la verdad esencial que gobierna la vida del ser.
Cuando el alma y su representante más fiel en la tierra, el niño, es condenado al silencio, al abandono, al rechazo, al abuso, a la discriminación, a la exclusión, al control es condenado al desamor.
Para crear un mundo donde cada ser pueda manifestar la belleza que en esencia Es, se hace necesario acompañar a los niños en el proceso a través del cual aprenden a percibir, sentir, observar, escuchar, comprender, entregarse es decir conectarse, honrar y legitimar su verdad interna (necesidades, emociones, percepciones, deseos, gustos, inclinaciones, intuiciones, sentimientos, pasiones, sueños, anhelos), expresarlos con libertad y a buscar la mejor manera de instrumentarse para poder manifestar el amor esencial que Es en la tierra.
Podremos comprender que solo se convierte en un verdadero acto o acción educativa toda experiencia vital que contribuya a dar a luz lo que existe dentro.
El alma tiene su forma, su plan y el amor incondicional supone descubrirlo y entregarnos a que este se concrete y se manifieste en el plano terreno.
Mientras no generemos espacios que posibiliten a los niños, todos, los que habitan en cuerpos pequeños y los que están oprimidos en cuerpos grandes, a salir de la cárcel invisible que impide su manifestación en la tierra, lo más puro, maravilloso que tenemos dentro, la única fuente de dicha y plenitud, no podrá expresarse. Y si esto sucede nos estaremos perdiendo de la hermosa experiencia de Ser cielo en la tierra.
Por Carina Tacconi para la Educación del ser.
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